El término «zoologías humanas» se refiere a una práctica controvertida que tuvo lugar en el pasado, en la cual se exhibían grupos de personas de diferentes etnias y culturas en zoológicos con el propósito de entretener a la audiencia. Estos «zoológicos humanos» eran una forma de exhibicionismo étnico, y la práctica alcanzó su apogeo en los siglos XIX y principios del XX.
Durante esa época, las potencias coloniales europeas y otros países occidentales llevaban a cabo expediciones y exploraciones en diversas partes del mundo, y traían consigo a personas de las regiones colonizadas para exhibirlas en zoológicos como si fueran especímenes exóticos. Estas personas eran a menudo presentadas como representantes de culturas «primitivas» o «salvajes».
Uno de los casos más conocidos fue la exhibición de Ota Benga, un hombre pigmeo de Congo, en el Zoológico del Bronx en Nueva York en 1906. Este caso generó indignación y llevó a un aumento de la conciencia sobre la inhumanidad de tales exhibiciones. A medida que avanzaba el siglo XX
En el transcurso de la historia, hemos sido testigos de prácticas aberrantes que exhiben la deshumanización de seres humanos por motivos de entretenimiento. Estas prácticas no son relatos de la Edad de Piedra, sino eventos que ocurrieron en un pasado más cercano de nuestra línea temporal. Un ejemplo es la siniestra historia de los zoológicos humanos, que persistieron hasta hace apenas unas seis décadas.
En la Antigua Roma, se exhibían seres considerados primitivos, atados en jaulas públicas o arrojados a bestias salvajes para el deleite del público. Cristóbal Colón, en 1493, llevó a indígenas arahuacos a la Corte de Isabel I, iniciando así una tendencia de exhibir a personas como atracciones «culturales» o «investigativas». En América, el emperador Moctezuma II exhibía personas con características físicas distintas, considerándolas como seres estrafalarios.
En el siglo XVI, el cardenal Hipólito de Médicis poseía una «colección de personas de diferentes razas» en el continente europeo. Sin embargo, la historia más aberrante es la de Saartjie Baartman, nacida en Sudáfrica en 1789. Saartjie, conocida como La Venus hotentote, fue llevada a Europa para ser exhibida debido a la acumulación de grasa en sus glúteos, considerada una peculiaridad de su grupo étnico.
Saartjie fue expuesta desnuda, obligada a desfilar y fumar una pipa, siendo tratada como un fenómeno de la naturaleza. A pesar de los intentos de grupos antiesclavistas de clausurar el espectáculo, Saartjie murió en 1815 después de cinco años de explotación en Europa. Su cuerpo fue objeto de estudio científico, y partes de él se exhibieron en el Museo del Hombre en París hasta 1974.
El relato continúa con la explotación de niños con discapacidades, como Máximo y Bartola, quienes fueron exhibidos como «aztecas» en ferias europeas. Además, se mencionan casos como el de Ota Benga, un pigmeo del Congo exhibido en el zoológico del Bronx en Nueva York en 1904, bajo la excusa científica del «eslabón perdido».
La crueldad se extiende a exposiciones coloniales en el siglo XIX, donde se presentaban a indígenas de diversas regiones del mundo, incluyendo África y Tierra del Fuego. Se destaca el caso de un grupo de kawésqar de Chile exhibidos en París y Berlín en 1881, cuya salud se vio afectada durante la gira.
El artículo también aborda casos más recientes, como el de las quintillizas Dionne en Canadá en 1934, cuya vida se convirtió en un circo y atracción turística, generando ingresos para el estado. También se describe la exposición Kongorama en la Exposición Universal de Bruselas en 1958, donde se exhibieron familias africanas como un experimento etnográfico, siendo tratadas como seres exóticos.
Estos eventos, aunque pasaron a la historia, dejan un amargo recuerdo de la crueldad humana y la falta de respeto hacia la dignidad de otros seres humanos. A pesar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, las prácticas inhumanas persistieron, como se evidencia en la feria Kongorama de Bruselas.