En un acto de entusiasmo desbordado (o de sorprendente generosidad), el Departamento de Gestión Humana del Poder Judicial calificó con un flamante 99 sobre 100 el desempeño del fiscal general de la República, Carlo Díaz, durante el año 2024. Sí, leyó bien: 99%. Un número que en muchos sistemas educativos solo alcanzan los genios… o los favorecidos.
Según la normativa interna del Poder Judicial, esta calificación corresponde a un “grado de excelencia”. Y claro, con semejante nota, uno pensaría que la criminalidad ha desaparecido, que los casos emblemáticos se resuelven al ritmo de una serie de Netflix y que la justicia camina con zapatos de fuego. Pero no. De hecho, durante su informe ante la Corte Plena, el propio fiscal reconoció que “han venido cumpliendo las metas que se proponen en la Fiscalía”, lo cual, al parecer, basta para rozar la perfección, aunque esas metas no necesariamente incluyan resolver algunos casos importantes… al menos no a tiempo.
Y es que no todos se tragaron la píldora de la excelencia sin agua. La magistrada Julia Varela, de la Sala Segunda, tuvo el atrevimiento (o el sentido común) de cuestionar a Díaz por los atrasos en casos relevantes. Porque, claro, una cosa es cumplir metas internas, y otra es rendir cuentas ante una ciudadanía que sigue esperando respuestas.
Por si fuera poco, el director del OIJ, Randall Zúñiga, tampoco se quedó atrás y fue bendecido con un 98% en la misma evaluación. A este paso, no se descarta que el próximo año les entreguen medallas de oro y les dediquen una canción de motivación.
La pregunta inevitable es: ¿esta evaluación mide resultados concretos o es más bien una palmadita en la espalda institucional?
Porque si el estándar es tan alto en el papel, ojalá la realidad judicial del país empezara a parecerse un poquito a esa versión de cuento de hadas en la que los funcionarios públicos rozan la perfección.