En la penumbra de las montañas fronterizas, entre caminos de tierra y redes invisibles de complicidad, Alejandro Arias Monge —conocido como “Diablo”— se mueve con una facilidad que desconcierta. Cada vez que las autoridades organizan un operativo para capturarlo, él ya ha desaparecido. Se esfuma como si supiera cada paso que darán sus perseguidores. Y, de hecho, lo sabe.
Así lo confesaron, con frustración contenida, las propias autoridades costarricenses. Desde las más altas esferas del aparato de seguridad, se admite una realidad tan incómoda como peligrosa: hay filtraciones. Alguien, dentro de los cuerpos policiales, advierte a Arias Monge con suficiente antelación para que pueda escapar.
“Ha habido fuga de información desde distintas fuerzas policiales, y eso ha entorpecido su localización”, reconoció Michael Soto, subdirector del Organismo de Investigación Judicial (OIJ), en una conferencia reciente.
Las palabras de Soto llegan poco después de que la DEA estadounidense pusiera precio a la cabeza del fugitivo: medio millón de dólares por información que conduzca a su arresto o enjuiciamiento. La cifra no solo resalta la gravedad del caso, sino también la dimensión internacional que ha alcanzado.
Arias Monge, señalado por delitos de narcotráfico y crimen organizado, se convierte así en un fantasma que huye entre la frontera norte y las costas del Caribe, siempre un paso adelante, siempre informado.
El presidente Rodrigo Chaves no se quedó callado. Habló de un “topo” dentro del aparato estatal. Alguien con acceso, alguien que sabe demasiado. “Manejamos sospechas, pero por razones evidentes no puedo revelarlas”, dijo el mandatario, descartando que se trate de un miembro del Poder Ejecutivo.
Mientras tanto, el Ministerio de Seguridad Pública ha negado vínculos familiares entre sus funcionarios y el prófugo. Sin embargo, las dudas persisten.
A esta red de lealtades ocultas se suma otro obstáculo: la falta de recursos. El OIJ no cuenta con helicópteros, lanchas ni tecnología de vigilancia moderna. “Para montar un operativo dependemos del apoyo de otras instituciones, y eso complica todo”, lamentó Soto.
Fuentes judiciales confirmaron a Diario Extra que tampoco se dispone de aviones de patrullaje o drones especializados, lo cual deja enormes vacíos en la vigilancia de las zonas por donde se presume que se oculta el delincuente.
A medida que se multiplican los intentos fallidos de captura, crece la sensación de que el Diablo no solo huye por habilidad propia, sino porque hay quienes, desde las sombras, le han hecho un camino seguro.