Cartago – Entre 1930 y 1960, la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles dejó de ser únicamente un símbolo de fe para convertirse en una figura central de la política costarricense. Una investigación histórica demuestra cómo el culto a “La Negrita” fue promovido activamente por el Estado, no solo como expresión religiosa, sino como herramienta de unidad nacional y legitimación de gobiernos.
Un símbolo nacional con respaldo oficial
Desde su aparición en 1635 y su declaración como patrona de Costa Rica en 1824, la Virgen de los Ángeles ha estado ligada a la historia identitaria del país. Sin embargo, fue entre los años 30 y 60 cuando su figura fue fuertemente institucionalizada, al punto de integrarse a los discursos y prácticas del poder político.
Los actos religiosos del 2 de agosto, encabezados por presidentes como León Cortés Castro y Rafael Ángel Calderón Guardia, no eran solo muestras de fe, sino gestos cuidadosamente calculados que conectaban al líder político con el pueblo creyente.
Fuente clave: “La Virgen de los Ángeles y la identidad costarricense” (Ana María Botey, UCR), donde se analiza cómo los gobiernos del siglo XX instrumentalizaron la religión mariana para construir cohesión social y reforzar el nacionalismo.
?? Iglesia y Estado: una alianza estratégica
Durante el gobierno de Calderón Guardia (1940–1944), se consolidó una alianza tripartita entre Iglesia, Estado y clase trabajadora, que dio paso a las reformas sociales más importantes del país: el Código de Trabajo, la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y las Garantías Sociales.

La Iglesia, especialmente representada por el arzobispo Víctor Manuel Sanabria, jugó un papel crucial en legitimar estas reformas, y a cambio, recibió respaldo oficial en temas educativos, de salud y organización social.
? Documento histórico: Cartas pastorales del arzobispo Sanabria (1940–1952), donde se hace alusión directa al rol del Estado como “protector del culto verdadero”.

? El culto como espectáculo político
La romería a Cartago no solo era un acto de fe multitudinario, sino también un espacio de escenificación política. Fotografías y reportajes en periódicos como La Nación, Diario de Costa Rica y La República mostraban a presidentes caminando descalzos, orando en la Basílica o asistiendo a la misa solemne, como un acto de humildad y cercanía con el pueblo.
? Cita de época:
“El presidente rinde homenaje a la Madre de todos los costarricenses. Que su ejemplo nos una como nación en tiempos difíciles.”
(La Nación, edición del 3 de agosto de 1949)
¿Estado confesional o manipulación simbólica?
Pese a que la Constitución de 1949 reafirmó que “la religión católica, apostólica y romana es la del Estado”, no todos compartían esta visión. Intelectuales como Isaac Felipe Azofeifa y José Figueres Ferrer promovieron una línea de pensamiento más liberal, advirtiendo del riesgo de utilizar la religión para fines políticos.
Incluso el jurista Fernando Baudrit Solera, expresidente de la Corte Suprema de Justicia, planteó en 1958 la necesidad de revisar la relación entre religión y política en el Estado moderno costarricense.
Referencia: “Estado laico y derechos civiles en Costa Rica”, por Eugenia Rodríguez Sáenz (Editorial UCR, 2007).
Entre 1930 y 1960, el culto a la Virgen de los Ángeles no solo marcó el calendario litúrgico de Costa Rica, sino también el pulso político del país. La fe mariana, cargada de simbolismo y devoción popular, fue apropiada por el poder político como una herramienta de cohesión, propaganda y legitimación. Este periodo demuestra cómo, en la historia costarricense, la religión y el Estado caminaron durante décadas por la misma ruta… incluso hasta Cartago.
Virgen de los Ángeles también fue protagonista en la narrativa del líder revolucionario José Figueres Ferrer tras la guerra civil de 1948, cuando hizo un llamado a la reconciliación nacional evocando la figura mariana.
No obstante, el uso político de símbolos religiosos también generó críticas. Intelectuales y sectores liberales empezaron a cuestionar el papel dominante de la Iglesia en la vida pública, dando paso, años después, a los debates sobre la necesidad de un Estado laico.
