San José, 3 de agosto – El expresidente José María Figueres reapareció en el escenario político con su aguda —y siempre oportuna— capacidad para detectar cuándo las cosas van mal… después de que ya ocurrieron. Esta vez, su blanco fue el Gobierno de Estados Unidos, que decidió subir los aranceles a las exportaciones costarricenses, cortesía del presidente Donald Trump. Porque, claro, nada dice “relación especial” como cobrarnos más por venderles piña.
“Vino Marco Rubio y nos dijo que éramos un país amigo y aliado”, lamentó Figueres. “Y esta semana nos subieron impuestos… ¡igual que a Venezuela!”. No está claro si la comparación con el régimen de Maduro fue retórica o una nueva teoría geopolítica con sello tico.
El exmandatario, con tono indignado y quizás nostálgico de mejores tiempos diplomáticos (o al menos de visitas más fotogénicas a la Casa Blanca), clamó: “¡Costa Rica merece trato diferente!”. Y en parte tiene razón: somos pequeños, verdes, democráticos y exportadores compulsivos de café, banano y dispositivos médicos… ¿Qué más quieren de nosotros?
Mientras tanto, el Gobierno de la República, fiel a su estilo de “más vale tarde que nunca”, pidió a Estados Unidos una pausa en la aplicación del castigo arancelario, esperando que los gringos sean más comprensivos que eficientes. La solicitud se acompaña de promesas de diálogo, negociación y, con suerte, un buen café de altura para suavizar el tono de las reuniones.
En 2024, Costa Rica exportó $19.800 millones en bienes, de los cuales $9.300 millones fueron a EE.UU., ese mercado que ahora nos sonríe con una mano y nos cobra con la otra. De esos, el 65% fueron dispositivos médicos (porque curamos gringos), 14% piña (porque endulzamos su vida), 13% banano (porque les damos su dosis de potasio) y 4% café (porque los mantenemos despiertos para que aprueben estos decretos).
La novela diplomática apenas comienza. Y si todo sale mal, siempre nos quedará el turismo… o TikTok.
