Agua que enferma — el impacto en la salud de las comunidades del norte de Costa Rica

Upala, Los Chiles y Guatuso siguen enfrentando un problema silencioso: la falta de acceso constante a agua potable segura. Aunque en los informes oficiales Costa Rica alcanza cifras superiores al 90% de cobertura, en la Zona Norte todavía hay familias que dependen de pozos, nacientes o tuberías comunales sin tratamiento. Esta situación no solo refleja desigualdad en infraestructura, sino también un grave riesgo para la salud pública.

Comunidades que aún beben del pozo

En comunidades rurales como Bijagua, Yolillal, Cuatro Bocas, Delicias, Las Brisas, Santa Fe y Caño Negro, las familias acostumbran extraer el agua directamente de pozos o nacientes. Algunos vecinos construyeron sus propios sistemas de tubería, pero sin filtros ni cloración.

“Nosotros hervimos el agua todos los días. Si no lo hacemos, los chiquillos se enferman del estómago”, cuenta María Castro, vecina de Yolillal de Upala, mientras llena baldes en el patio de su casa.

En Los Chiles, los cortes son frecuentes y muchas viviendas dependen de tanques plásticos para almacenar agua cuando llega. Durante los veranos fuertes, algunas ASADAS deben racionar el líquido o recurrir a camiones cisterna.

Enfermedades que amenazan

La falta de tratamiento adecuado provoca brotes recurrentes de enfermedades gastrointestinales. Según datos del Ministerio de Salud, las zonas rurales del norte registran cada año decenas de casos de diarrea, parasitosis intestinal y hepatitis A, enfermedades directamente relacionadas con el consumo de agua contaminada.

Especialistas en salud del área de salud de Upala, explica que la mayoría de los pacientes que atiende con síntomas gastrointestinales provienen de comunidades sin servicio estable.

“Vemos niños con deshidratación por diarrea y adultos con parásitos intestinales. En la mayoría de los casos, el problema está en el agua que consumen o en cómo la almacenan”.

El riesgo se incrementa en época lluviosa, cuando los pozos y nacientes se contaminan con residuos agrícolas o excretas de animales. Sin un sistema de potabilización eficiente, los virus y bacterias viajan directo hasta los hogares.

Impacto silencioso pero constante

De acuerdo con la Dirección de Vigilancia de la Salud, el consumo prolongado de agua no tratada puede causar afectaciones crónicas:

  • Infecciones intestinales repetitivas.
  • Desnutrición infantil, por mala absorción de nutrientes.
  • Enfermedades hepáticas, como hepatitis A.
  • Problemas cutáneos por contacto con agua contaminada.

Además, los estudios del Instituto de Investigaciones en Salud (INISA-UCR) advierten sobre la presencia de coliformes fecales y nitratos en pozos artesanales del norte del país, debido al uso de agroquímicos y la falta de saneamiento.

Familias que luchan por agua segura

En Guatuso, hay vecinos que caminan casi 500 metros para llenar botellas en una naciente. “El agua se ve limpia, pero a veces tiene mal olor. Si llueve mucho, sale turbia”, aseguran.

En algunos barrios de Caño Negro, las familias usan cloro doméstico para desinfectar el agua, pero la dosificación inadecuada puede ser peligrosa o inefectiva. “A veces la echamos al ojo”, admite un vecino.

El AyA reconoce que las ASADAS —asociaciones comunales que administran el servicio— enfrentan dificultades para mantener la cloración y las pruebas de laboratorio, por falta de recursos y personal técnico.

El Ministerio de Salud recomienda hervir el agua al menos cinco minutos antes del consumo y mantener los tanques limpios y tapados. No obstante, los especialistas insisten en que estas son medidas paliativas, no soluciones definitivas.

“Es necesario invertir en plantas potabilizadoras y tanques de almacenamiento en los distritos rurales. El acceso al agua segura no puede depender de la suerte o del clima”, enfatiza Laura Araya, ingeniera ambiental y consultora en saneamiento.

Un derecho aún pendiente

El agua potable es un derecho humano reconocido por la Constitución costarricense y por organismos internacionales. Sin embargo, en los caminos de lastre de la frontera norte, ese derecho sigue siendo un lujo intermitente.

Mientras algunos vecinos celebran la llegada de proyectos nuevos del INDER o el AyA, otros siguen extrayendo agua del subsuelo, con el temor de que, junto a cada balde, suban también bacterias invisibles que enferman.

“Aquí el agua no siempre mata la sed… a veces también enferma”, concluye un vecino de Cuatro Bocas, mirando el pozo que ha sido su única fuente por más de veinte años.