«Figueres no fue ningún héroe de la paz» , emprendió varios proyectos armados en el país dicen académicos de UCR Y UNA

Académicos historiadores de la Universidad de Costa Rica y Universidad Nacional, se pronunciaron sobre un proyecto de ley que busca designar al ex-presidente José Figueres Ferrer, como «héroe de la patria». algo que ha encendido la polémica ya que la historia sobre este caudillo dice todo lo contrario.

«La catalogación de Figueres como “héroe de la paz” no solo representa un tremendo error histórico sino, lo que más nos preocupa, se constituye en otro más de los adefesios históricos que la Asamblea Legislativa ha aprobado y que van en contra del conocimiento científico de la historia costarricense» dice Centro de Investigaciaones Históricas de América Central.

«¿JOSÉ FIGUERES, ¿HÉROE DE LA PAZ?«

Pronunciamiento 

El 11 de enero del 2021 los diputados y diputadas de la Asamblea Legislativa de Costa Rica conocieron, votaron y aprobaron (con 39 votos a favor y 2 en contra) el Expediente 22289 “Declaración de héroe de la paz a José María Hipólito Figueres Ferrer (cc. José Figueres Ferrer)”. Ese expediente formaba parte de la lista de proyectos contenida en el Decreto Ejecutivo 42730-MP, con el que el Poder Ejecutivo amplió, el pasado 17 de diciembre, la convocatoria a sesiones extraordinarias de la Asamblea Legislativa.

La catalogación de Figueres como “héroe de la paz” no solo representa un tremendo error histórico sino, lo que más nos preocupa, se constituye en otro más de los adefesios históricos que la Asamblea Legislativa ha aprobado y que van en contra del conocimiento científico de la historia costarricense.

Figueres tuvo en vida las dimensiones de un gran estadista y su pensamiento social, y el de otras personalidades políticas del periodo 1953-1978, fue de gran trascendencia para la democratización social de Costa Rica. Por eso, la Asamblea Legislativa lo reconoció, con justicia, como Benemérito de la Patria en 1990.

Pero Figueres no fue ningún héroe de la paz y esa etiqueta le queda todavía más distante al Figueres de 1949 que dio el mazazo con que, oficialmente, se recuerda el fin del ejército en Costa Rica.

Contrario a la figura pacífica que aprobó la Asamblea Legislativa, el Figueres de la década de 1940 apoyó y animó varios tipos de violencia contra quienes consideró sus enemigos políticos. Desde 1942, Figueres se concentró en encontrar los medios para emprender una revolución, según lo indicado por doña Henrietta Boggs en su libro Casada con una leyenda (p. 114),  “a pesar de cualquier costo en vidas y dinero”. Exiliado en México entre 1942 y 1944, Figueres dedicó una buena parte de su tiempo para buscar y comprar las armas que le permitirían iniciar esa revolución. El regreso de Figueres a Costa Rica en 1944 coincidió con la afirmación de la violencia como vía para resolver las tensiones políticas que se venían creando desde 1940. En su libro Crisis in Costa Rica, el historiador John Patrick Bell se percató del fuerte vínculo entre la violencia y el discurso de Figueres al advertir el fortalecimiento de un grupo que estaba dispuesto a rechazar la política y cambiarla por armas; para Bell, Figueres “fue primero que todo un conspirador y, como tal, trabajó en varios niveles. Sus metas básicas eran simples: él se convertiría en el árbitro de los destinos de la nación y Calderón Guardia y el calderonismo serían eliminados como factores en la vida nacional” (pp. 92-95).

La investigación histórica probó desde hace mucho tiempo los vínculos de Figueres con los miembros de la Legión del Caribe que emprendieron diversos proyectos armados en el segundo lustro de la década de 1940. El “Pacto del Caribe”, firmado por Figueres en diciembre de 1947 en Guatemala, fue claro como un cristal: una vez que Costa Rica fuera “liberada”, Figueres se comprometía a utilizar los recursos del país para continuar la lucha en contra de las dictaduras centroamericanas y del Caribe.

Hay muchos testimonios de seguidores de Figueres que participaron en la Guerra Civil de 1948 que mostraron también a un Figueres decidido por la violencia y no por la paz. Asimismo, Figueres rechazó la propuesta que le presentó a inicios de abril de 1948 Monseñor Víctor Sanabria para un arreglo pacífico de las desavenencias políticas provocadas por la anulación de las elecciones de febrero de 1948. En una entrevista con el periodista Nicolás Pérez Delgado, un ferviente seguidor de Figueres recordó que ante su pregunta de qué hacer con los soldados que capturaban en combate, Figueres le respondió: “¿Por qué hacen prisioneros? ¿Dónde los vamos a meter? ¿Qué comida les vamos a dar? Los prisioneros en la Guerra —me dijo— se eliminan”.

A pesar de que Figueres y sus colaboradores crearon una versión muy heroica de la Guerra Civil de 1948, ese conflicto fue tremendamente violento con episodios tales como la tortura o el asesinato de hombres indefensos y la quema de cadáveres de los vencidos junto con gente viva.

El proceder violento contra sus derrotados enemigos, por parte de la Junta Fundadora de la Segunda República que lideró Figueres, da pruebas de que la paz no fue precisamente una virtud de Figueres hacia 1948-1949. La represión en contra de los derrotados comenzó en abril de 1948, justo en el momento en que los figueristas se dieron cuenta que habían ganado la Guerra Civil. Durante las primeras semanas que transcurrieron después del final del conflicto bélico, cientos de los perdedores fueron presa de las manos de los ganadores. Es importante enfatizar que este periodo de persecución marcó profundamente las vidas de quienes lo experimentaron y también las vidas de sus hijos. Dicha represión fue de dos tipos: primeramente, comenzó como una persecución personal; en segundo lugar, la Junta institucionalizó la persecución a través de la creación de tribunales especiales que se encargarían de juzgar a los calderocomunistas. Esta represión institucional también aparece en algunas de las decisiones de la Junta con respecto al sindicalismo asociado al comunismo. Ambos tipos de represión fueron básicamente canales para vengarse de aquellos que habían sido enemigos políticos en el periodo 1940-1948. La impunidad con que dejaron el país los ejecutores de los asesinatos del Codo del Diablo da muestras también de la violencia como motor cotidiano en esos años.

Se podría seguir insistiendo en la evidencia histórica que es pública y que contraría el criterio de “héroe de la paz” con que la Asamblea Legislativa ha designado a Figueres. Pero, además, preocupa sobremanera la forma en que los señores diputados y las señoras diputadas atentan contra el conocimiento histórico con esa designación. El proceso que se inicia con esta heroización de Figueres es enemigo acérrimo de la historia como disciplina científica, puesto que promueve una desprofesionalización de los estudios históricos similar a la emprendida por movimientos ultranacionalistas en Europa o en Estados Unidos, desprofesionalización que sirven a intereses patriarcales, sexistas, racistas, autoritarios y militaristas.

Profundamente regresivos en términos institucionales y culturales, esos intereses son reconocibles también en algunos discursos políticos que, desde mediados de la década del 2000, han insistido en que el país necesita una figura autoritaria para salvar su democracia, han abogado por la familia tradicional (en abierta oposición a la equidad de derechos para las mujeres y para las comunidades sexualmente diversas) y han recurrido al nacionalismo para incentivar la xenofobia contra los inmigrantes.

De esta manera, manifestarse en contra de las manipulaciones históricas como la indicada no solo implica una defensa del análisis científico del pasado del país, sino de los valores democráticos y republicanos de Costa Rica.

Firman

David Díaz Arias, historiador Universidad de Costa Rica.

Iván Molina Jiménez, historiador, Universidad de Costa Rica.

Ciska Raventós Vorst, socióloga, Universidad de Costa Rica.

Isabel Avendaño Flores, geógrafa y Decana Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Costa Rica.

Víctor Hugo Acuña Ortega, historiador y profesor emérito, Universidad de Costa Rica.

Isabel Ducca Durán, socióloga, Universidad Nacional.

Jéssica Ramírez Achoy, historiadora, Universidad Nacional.

Eugenia Rodríguez Sáenz, historiadora, Universidad de Costa Rica.

Mauricio Castro Méndez, abogado, Universidad de Costa Rica.

José Aurelio Sandí Morales, historiador, Universidad Nacional.

Gerardo Hernández Naranjo, politólogo, Universidad de Costa Rica.

Claudio Vargas Arias, historiador y abogado, Universidad de Costa Rica.

Giovanni Beluche Velásquez, sociólogo, Universidad Técnica Nacional.

Patricia Fumero Vargas, historiadora, Universidad de Costa Rica.

Werner Mackenbach, especialista en estudios literarios y culturales, Universidad de Costa Rica.

George García, filósofo e historiador, Universidad de Costa Rica.

Seidy Araya Solano, especialista en literatura, Universidad Nacional.

María Teresa Bermúdez Muñoz, archivista, Universidad de Costa Rica.

Elizet Payne Iglesias, historiadora, Universidad de Costa Rica.

Gustavo Soto Valverde, filósofo, Universidad de Costa Rica.

Gabriela Cruz Volio, lingüista, Universidad de Costa Rica.

Marvin Alberto Amador Guzmán, comunicador, Universidad de Costa Rica

Lina Pochet Rodríguez, filóloga y especialista en estudios literarios, Universidad de Costa Rica.

Gabriel Coronado Dumani, artista.

Marcela Dumani Echandi, nutricionista, Universidad de Costa Rica.

Gabriela Echandi Albertazzi, bibliotecóloga.

Rafael Ángel Ledezma Díaz, historiador, Universidad Nacional.

Sergio Rojas Peralta, filósofo, Universidad de Costa Rica.

Marielos Aguilar Hernández, historiadora, Universidad de Costa Rica.

Alexánder Sánchez Mora, filólogo y especialista en estudios literarios, Universidad de Costa Rica.

Viviana Guerrero Chacón, filósofa y especialista en políticas científicas, Universidad de Costa Rica.

Jorge Antonio Leoni de León, lingüista, Universidad de Costa Rica.

Hugo Vargas González, historiador y abogado, Universidad de Costa Rica.

Jorge Alberto Prendas-Solano, filósofo, Universidad de Costa Rica.

Oscar Gerardo Alvarado Vega, filólogo y especialista en estudios literarios, Universidad de Costa Rica.

Eugenia Molina Alfaro, socióloga, Universidad de Costa Rica.

Teresa Fallas Arias, filóloga, Universidad de Costa Rica.

Adriana Sánchez Lovell, psicóloga e historiadora, Universidad de Costa Rica.

Amanda Alfaro Córdoba, especialista en cine, Universidad de Costa Rica.

Jorge Barrientos Valverde, historiador y educador, Universidad de Costa Rica.

Jáirol Núñez Moya, filólogo, Universidad de Costa Rica.

Jessie Zúñiga Bustamante, filóloga y especialista en estudios literarios, Universidad de Costa Rica.

Flor Eugenia Solano Montenegro, historiadora, Universidad de Costa Rica.

Ivannia Barboza Leitón, filóloga y especialista en estudios literarios, Universidad de Costa Rica.

Carlos Izquierdo Vázquez, historiador, Universidad de Costa Rica.

Randall Chaves Zamora, historiador, Universidad de Costa Rica.

José Daniel Jiménez Bolaños, historiador, Universidad de Costa Rica.

José Antonio Ramírez Aguilar, exdiputado de la República de Costa Rica (2014-2018).

Anacristina Rossi, escritora y profesora, Universidad de Costa Rica.

Florencia Quesada Avendaño, historiadora, Universidad de Helsinki.

Mauricio Quesada Avendaño, biólogo, Universidad Nacional Autónoma de México.

Tatiana Herrera Ávila, filóloga, Universidad de Costa Rica.

Andrés Molina Araya, filósofo, Universidad de Costa Rica.

Sofía Vindas, historiadora y politóloga, Universidad de Costa Rica.