¡BIENVENIDA CHAVELA!

Hoy, con la denominación de Benemérita de la patria, lo comparto. 

La polémica sigue en un país conservador y mojigato que continúa expulsándola.

Adriano Corrales Arias*

            La muerte de Chavela Vargas (Isabel Vargas Lizano, 1919-2012) puso sobre el tapete la vieja discusión sobre su costarriqueñidad. Nacida en San Joaquín de Flores, Heredia, a los 17 años marchó a México donde, con cuantiosas carencias y peripecias, forjó su vida artística hasta convertirse en una reconocida cantante internacional.

            Chavela descolló en el género de la canción ranchera por su manera personal de interpretar: en el reino musical masculino acompañado de mariachis, cantaba apenas con una guitarra y una voz grave y desafinada. Fue pionera; en ocasiones disminuía el ritmo de la melodía matizando con desgarro piezas supuestamente pícaras o de humor. Por eso fue un personaje a contracorriente desde joven: vestía como hombre, fumaba tabaco, bebía demasiado, llevaba pistola y se identificada con su inconfundible poncho rojo. A los 81 años, en una entrevista televisiva, declaró abiertamente su lesbianismo

Adoptó la nacionalidad mexicana y durante muchos años cantó en las calles a cambio de monedas hasta que logró bautizarse como cantante profesional, apadrinada por el compositor y cantante José Alfredo Jiménez, de quien fue compañera de parrandas. La leyenda dice que cuando Jiménez falleció, Chavela acudió a su velatorio y se desplomó cantando y llorando borracha; varias personas intentaron apartarla pero la viuda de Jiménez las detuvo: “Déjenla, que está sufriendo tanto como yo”. Más tarde, cuando ya no bebía, recomendó no beber tequila porque era transgénico: “el verdadero agave nos lo hemos tragado José Alfredo y yo”.

A finales de los cincuenta del siglo pasado comenzó a popularizarse gracias a sus actuaciones en Acapulco, meca del turismo internacional. Allí actuó en la sala Champagne Room del restaurante La Perla. Se recuerda la fiesta nupcial de Elizabeth Taylor y Mike Todd, a la que acudieron famosos como CantinflasDebbie Reynolds y su entonces marido Eddie Fisher. En aquella época Chavela conoció a Ava GardnerRock Hudson y Grace Kelly y trabó estrecha amistad con los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo, quienes la alojaron en su casa. Sí, ¡fue amante de la Kahlo! En su larga vida frecuentó a PicassoPablo NerudaCarlos FuentesCarlos Monsivais y Facundo Cabral, entre otros.

Su primer álbum se prensa en 1961, desde entonces grabó más de ochenta discos. Se retira a finales de los setenta perdiéndose en el anonimato. Reconoció sus problemas con el alcoholismo, que consigue superar, y regresa en 1991. No volvió a beber en sus últimos veinte años manteniéndose firme hasta el final. Sin embargo, Chavela debe parte de su fama a la participación en películas de éxito, bien mediante canciones incluidas en ellas o interpretadas en persona. Werner Herzog la incluyó, representando a una nativa, en su película Grito de piedra (1991). El director español Pedro Almodóvar fue uno de sus primeros difusores y contribuyó a su arraigo en España al incluir canciones cantadas por ella en varios de sus filmes como Tacones lejanos; y alcanzó importante éxito con la canción Piensa en mí (compuesta por Agustín Lara) en la voz de Luz Casal. También apareció en la película de Julie TaymorFrida, cantando una versión del popular son istmeño La llorona y de la canción ranchera de José Alfredo Jiménez Paloma negra; en Babel, la multipremiada película de Alejandro González Iñárritu, cantando Tú me acostumbrastebolero de Frank DomínguezJoaquín Sabina compuso en su honor, en 1994, una de sus canciones más conocidas: Por el bulevar de los sueños rotos.

A pesar de todo ello, confieso que prefiero a la otra Chavela, la primera, la de las viejas grabaciones, no ese fetiche almodovariano y sabinesco, gangoso, de dúos interesados. Despojada de su verdadera intensidad para complacer  al mundo mediático, Chavela fue mediatizándose también, eso sí, siempre hermosa, facturando los años con dignidad y con ese aire de regreso de todo y de nada, tal vez burlándose de la idolatría española a sabiendas de que ya anciana el viento te empuja con más facilidad. Se fue apostando a la idea de ser chamana y probablemente lo logró. 

Regresó a Costa Rica a finales de siglo. Pero no se “halló”. Comparó este país con una funeraria. Y, luego de casi un año, retornó a su México lindo y querido. Por eso muchos ticos la desguazaron. Pienso que fuimos ingratos con ella y ella con nosotros. La Costa Rica que abandonó ya no era la misma de los 80 o 90, menos la de ahora. Y pagamos justos por pecadores con sus diatribas, justificadas por el rollo familiar y la reconcoma del abandono, pero incomprensibles para una Tiquicia irredenta que abrió los ojos ante el patriarcalismo y la mojigatería aldeana. 

Por otro lado, la relación de Chavela con México no fue tan gratificante: hasta edad madura comenzó a aparecer en televisión o teatros públicos y sus actuaciones siempre fueron en pequeños locales, siendo por tanto una figura marginal. Tuvo la suerte de encontrar en su vida favorecedores como Frida, José Alfredo y, nobleza obliga, Almodóvar. La colaboración de su guitarrista Luis Manuel Guarneros Marcué fue de gran importancia (fue uno de los guitarristas del célebre uruguayo Alfredo Zitarrosa en el exilio): era capaz de seguir a Chavela acompañando más al estilo que a su voz.

Por esas y muchas más razones no la despido; le doy la bienvenida a una Costa Rica asimétrica, cada vez más violenta y empobrecida, pero que, sin embargo, como a muchos artistas e intelectuales expatriados (dentro o fuera), poco a poco deberá acoger como una víctima más de su aldeanismo y del deporte nacional por excelencia: “la serruchada de piso”, como bien lo subrayaba la gran escritora Yolanda Oreamuno, uno de sus amores imposibles, también “exiliada” y fallecida en México.

*Escritor costarricense