comentario editorial
Se dice que la crítica se escucha y la diferencia se valora. En Costa Rica, en cambio, hay miércoles de stand-up presidencial, donde el mandatario convierte la conferencia de prensa en su club de la comedia favorito, solo que en vez de chistes cuenta insultos, y en vez de argumentos, lanza apodos.
Esta vez, el blanco fue Tyrone Esna, representante sindical ante la Junta Directiva del INA. Su delito: ejercer su derecho al voto y oponerse a una moción. Algo que, en teoría, es parte del juego democrático. Pero no. En la cabeza del presidente Rodrigo Chaves, disentir es traicionar, y votar diferente es una herejía. ¿El castigo? Exposición pública, burla nacional y una dosis de escarnio gratuito: lo llamó “Terrón”. Porque claro, ¿qué mejor forma de desarmar a alguien que infantilizando su nombre ante cámaras?
Para Chaves, que ya ha hecho del matonismo un sello de gestión, esto no es una excepción: es rutina. Si el sindicalista tiene nombre, se lo cambia. Si tiene razones, las ignora. Si tiene derechos, los pisotea. Y si no se le arrodilla, lo expone como enemigo del Estado.
El gesto de exigir al presidente del INA que revelara “el nombre del sindicato y el nombre del individuo” parece más sacado de una junta militar que de un Consejo de Gobierno. La burla no es espontánea, es táctica. Es parte de una estrategia vieja: ridiculizar al adversario para no tener que enfrentarlo con ideas.
Pero que no se engañe nadie: lo que pasó con Tyrone no fue personal. Fue político. No es solo contra él, es contra todos los que se organizan, cuestionan y no se dejan alinear con el bastón presidencial. Lo dijo con otras palabras, pero lo que Chaves quiso gritar fue: “acá se hace lo que yo digo o se van de frente contra la máquina”. Porque este gobierno no dialoga, impone. No convence, atropella. No lidera, manda.
Lo que nos queda, entonces, no es solo la indignación, sino el deber de recordar que cuando un presidente le pierde el respeto al pueblo, al nombre ajeno y al cargo que ocupa, lo que peligra no es su imagen, sino la salud misma de nuestra democracia.
Ánimo, Terrón… perdón, Tyrone. Que ni el barro de Zapote puede sepultar la dignidad de quien se planta con decencia.