Omayra Sánchez, la niña que murió en Armero atrapada en el barro, ante los ojos del mundo

El 13 de noviembre, el poblado de Armero en Colombia fue el escenario de la peor tragedia natural en la historia del país. Tras sesenta y nueve años de inactividad, el volcán Nevado del Ruiz despertó de su letargo y erupcionó, borrando del mapa a una ciudad entera y con ella, a más de 20.000 de sus habitantes. Entre ellos a Omayra Sánchez, una niña de 13 años que murió frente a las cámaras de televisión tras luchar por su vida durante tres días.

De acuerdo con los investigadores la tragedia de Armero se pudo evitar, ya que el gobierno colombiano conocía sobre la actividad volcánica del Nevado del Ruiz.

En la noche la volcán hizo erupción y descongelo gran parte de la nieve la montaña, lo que hizo que subiera el caudalo de los desendiera por la ladera arrastrando consigo piedras y palos que sepultó a gran parte del pueblo de Armero.

Cuando los rescatistas llegaron, encontraron a Omayra Sánchez, una niña de 13 años que se encontraba atrapada entre los escombros de su propia casa, con el agua al cuello y con los cuerpos de sus familiares fallecidos debajo de ella.

BBC News indico que fue una tragedia de muchos muertos, pero todos se resumen en un rostro: el de Omaira Sánchez Garzón, la niña de 13 años que durante 72 horas luchó atrapada entre el lodo hasta que su cuerpo no resistió y murió ante los ojos de socorristas y periodistas de todo el mundo.

«Sus imágenes aún causan dolor: la muestran impotente, con el agua hasta el mentón, aferrada a un trozo de madera tratando de salvarse como un náufrago en medio del océano.

Solo que ella –cuerpo menudo, cabello corto ensortijado y aretes pequeños en las orejas– estaba perdida en el mar de fango que sepultó a su pueblo» detalla.

El fotógrafo Frank Fournier de BBC describe cómo capturó la imagen de la niña colombiana de 13 años, atrapada entre el barro y escombros dejados por un deslizamiento ocurrido tras la erupción del volcán Nevado del Ruiz, el 13 de noviembre de 1985.

Pese a los pedidos de ayuda de la Cruz Roja y a que la imagen dio vuelta al mundo, nadie pudo rescatarla. Los miembros de los equipos de rescate se limitaron a rezar junto a ella y tratar de aliviarle la penuria.


Llegué a Bogotá desde Nueva York dos días después de la erupción. La zona a la que necesitaba llegar era remota. Fue necesario manejar durante cinco horas y luego caminar dos y media.

El país estaba en medio de una grave conmoción política, poco antes de la erupción se produjo la toma del Palacio de Justicia por parte de rebeldes del M-19, la cual terminó en un baño de sangre.

El ejército de la zona había sido trasladado a la capital.

Llegué al pueblo de Armero al amanecer del tercer día posterior a la erupción. Había mucha confusión, la gente estaba conmocionada y desesperada por ayuda. Muchos permanecían atrapados por los escombros.

Me encontré con un campesino, quien me dijo de una niña que necesitaba ayuda. Cuando me condujo hacia ella estaba casi a solas, unas pocas personas la rodeaban en tanto algunos trabajadores de rescate ayudaban a otra persona un poco más lejos.

Silencio conmovedor

Frank Fournier. Imagen Michelle Poire Al tomar su fotografía me sentí totalmente incapaz, sin poder alguno de ayudarla. Ella enfrentaba la muerte con coraje y dignidad, sentía que su vida se le iba
Fotógrafo Frank Fournier

Estaba dentro de un gran charco, atrapada de la cintura hacia abajo por concreto y otros escombros de casas que fueron derruidas.

Ya llevaba unos tres días en esa situación, estaba dolorida y muy confundida.

Cientos de personas estaban atrapadas a su alrededor, escuchaba sus gritos y luego un silencio conmovedor.

Había algunos helicópteros, prestados por empresas petroleras que trabajaban en las cercanías.

Pero nadie podía hacer nada por la niña. La gente y los expertos en rescate se acercaban, trataban de confortarla.

Al tomar su fotografía me sentí totalmente impotente, sin poder alguno de ayudarla. Ella enfrentaba la muerte con coraje y dignidad, sentía que su vida se le iba.

Sentí que lo único que podía hacer era informar sobre el coraje y el sufrimiento de la niña, y esperar a que la gente se movilizara.

Poderosa

Cuando llegué a ella Omayra ya perdía la conciencia de a ratos. Me pidió que la llevara a la escuela, no quería llegar tarde a clase.

Pasé mi película a unos fotógrafos que regresaban al aeropuerto y logré enviarlas a París donde estaba mi agente.

En el momento no me percaté de lo poderosa que era la imagen, en cómo los ojos de la niña conectan con la cámara.

La imagen fue publicada en París Match y causó impacto.

La gente me preguntaba «¿Por qué no la ayudaste?», «¿Por qué no la sacaron de allí?». Pero era imposible.

Hubo escándalo y debates en televisión sobre el papel del fotoperiodista. Al menos hubo una reacción, hubiera sido peor si a nadie le hubiera importado.

Tengo muy claro lo que hago, cómo y por qué lo hago. La foto ayudó a recaudar dinero para ayuda y sirvió para destacar la irresponsabilidad y falta de coraje de los líderes del país.

No había planes de evacuación pese a que los científicos habían advertido sobre el peligro de una erupción.

Hay cientos de miles de Omayras en el mundo, historias de gente pobre y débil. Los fotógrafos debemos crear un puente entre ellos y los otros.

La cuestión es si el poder de la prensa es más importante en la actualidad que antes, debido a la presión que impone hoy por hoy el mercado sobre su trabajo.