La historia de los indígenas Maleku, población que una vez contaba con 6 mil almas, está marcada por el sometimiento cruel sufrido a finales del siglo XIX, tras la entrada de buscadores de hule nicaragüenses en las llanuras del norte de Costa Rica. La tragedia se destapó cuando, entre 1880 y 1902, escaseó el hule en el sector de Guatuso, y los huleros nicaragüenses comenzaron a traficar con los indígenas Maleku, vendiéndolos en tierras nicaragüenses por entre 40 a 50 pesos.
La información se desprende de los escritos de Monseñor Bernardo Augusto Thiel, el segundo obispo de San José, quien incursionó en las tierras inhóspitas de las llanuras del norte para evangelizar a las tribus Maleku. Según Thiel, más de la mitad de los 500 indígenas vendidos a Nicaragua murieron debido a maltratos y al cambio de clima.
En sus crónicas, Thiel describe cómo los huleros robaban a los hijos de los indígenas Maleku, llevándolos al Fuerte de San Carlos, donde algunos eran vendidos como esclavos, principalmente niños. Los indígenas restantes, atemorizados y desprovistos de armas para defenderse, se refugiaban en los bosques, abandonando sus palenques. Muchos sucumbieron a enfermedades debido a la exposición a las variaciones climáticas sin tener refugio.
La situación se tornó más crítica con la escasez de hule, ya que el tráfico humano aumentó. Thiel relata que, mientras escribía sus crónicas, quedaban alrededor de 150 a 200 indígenas en Nicaragua, con un precio de entre 40 y 50 pesos por individuo.
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La historia de los Maleku también revela los intentos anteriores de exploradores y autoridades para llegar a su territorio. En 1782, el obispo de Nicaragua y Costa Rica, Esteban Lorenzo de Tristán, intentó sin éxito incursionar en las tierras de los guatusos. Años después, en 1869, el coronel Concepción Quesada exploró el territorio de los guatusos, retirándose para evitar causarles daño.
Monseñor Thiel, quien desempeñó un papel crucial como misionero, confesor e historiador, se destacó por sus esfuerzos en atraer a la civilización y religión a los indios salvajes en la República. Sus crónicas, transcritas por Ana Isabel Herrera Sotillo y convertidas en el libro «Monseñor Thiel en Costa Rica», documentan la realidad brutal que enfrentaron los indígenas Maleku durante este oscuro período de la historia costarricense.
Un Capítulo Oscuro en la Zona Norte a Finales del Siglo XIX
A finales del siglo XIX, la Zona Norte de Costa Rica se vio invadida por una fiebre del hule que atrajo a numerosos comerciantes huleros nicaragüenses. Estos buscaban extraer la savia de los árboles de hule, específicamente de la especie Castilla, para venderla en los Estados Unidos, donde se utilizaba en la fabricación de productos de hule. Este auge económico trajo consigo no solo prosperidad para algunos, sino también un capítulo brutal de la historia para la comunidad indígena Maleku que habitaba la región.
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La demanda mundial de hule creció exponencialmente después del descubrimiento de Charles Goodyear en 1839 sobre cómo «vulcanizar» el látex, convirtiéndolo en un material maleable y elástico esencial para diversas aplicaciones industriales. En la década de 1860, el caucho natural vulcanizado se volvió fundamental para la fabricación de máquinas, fajas, tubos, parachoques de trenes, así como para el aislamiento de alambres y la producción de llantas para bicicletas y automóviles.
La proximidad de Centroamérica a las industrias estadounidenses y la abundancia de árboles de hule en sus bosques hicieron que la región respondiera rápidamente a la creciente demanda mundial. La fiebre del hule resultó en la llegada de empresarios, grandes y pequeños, que buscaban extraer y exportar látex, reclamando concesiones en las extensas áreas boscosas.
En este auge del hule, los huleros nicaragüenses no solo explotaron los recursos naturales sino que también se sumieron en prácticas inhumanas. Según el historiador Marc Adelman, cientos de mujeres y niños indígenas fueron capturados y vendidos como esclavos en pueblos nicaragüenses, mientras que los hombres eran forzados a trabajos agotadores como cargadores de hule en la selva.
Adelman se basa en documentos de escritores como Carlos Gallini y el obispo Bernardo Augusto Thiel, quien, en 1882, incursionó en estos territorios con el propósito de evangelizar a la población Maleku.
Los huleros nicaragüenses, al formar expediciones, entraban en territorio costarricense y obligaban a los Maleku a cargar el hule, que luego transportaban a Nicaragua. Los indígenas, sometidos con armas, sufrían masacres si se revelaban. Se estima que más de 300 indígenas fueron vendidos como sirvientes en Nicaragua.
La intervención del obispo Thiel a finales del siglo XIX fue crucial. Gracias a sus esfuerzos, el gobierno costarricense reconoció a los indígenas Maleku como ciudadanos costarricenses, implementando leyes para protegerlos de los huleros y prohibir la extracción de hule en la zona. Este acto evitó que la barbarie contra los Maleku continuara.
A pesar de estos esfuerzos, la extracción de hule persistió en algunas zonas de la Región Huetar Norte durante el siglo XX. José León Sánchez, nacido en esta región, relata sus experiencias con los huleros que habitaban la zona. El río San Carlos fue utilizado como vía para transportar el producto desde las bajuras de la región hasta el Valle Central, desde donde era exportado.
Este oscuro capítulo en la historia de los Guatusos-Maleku no es único y refleja la realidad de otras etnias costarricenses que han sido cruelmente maltratadas, robadas y asesinadas desde la colonia hasta la fecha.