El año 2023 fue testigo de una preocupante estadística en cuanto a la seguridad vial, ya que el 27.4% de las pruebas de espiración de aire realizadas arrojaron resultados positivos en relación con la presencia de alcohol. Este dato revela un desafío significativo en términos de conducta responsable al volante y plantea cuestionamientos sobre las medidas existentes para prevenir la conducción bajo los efectos del alcohol.
En total, 2.153 conductores fueron presentados al Ministerio Público por presuntamente conducir en estado de ebriedad. Esta cifra refleja la magnitud del problema y subraya la necesidad de fortalecer los controles y sanciones relacionados con la conducción bajo los efectos del alcohol. La presentación ante las autoridades judiciales no solo indica la gravedad de la infracción, sino que también destaca la importancia de aplicar medidas legales efectivas para disuadir este comportamiento.
Trágicamente, el impacto de la conducción bajo los efectos del alcohol se tradujo en la pérdida de vidas humanas. Un total de 31 personas perdieron la vida en accidentes viales durante el pasado año, y estos trágicos incidentes estuvieron vinculados directamente al consumo de alcohol al volante. Estas cifras resaltan las consecuencias mortales de la irresponsabilidad en la conducción y subrayan la necesidad urgente de implementar estrategias más efectivas para prevenir y combatir este flagelo.
Ante este panorama, la reflexión final plantea una pregunta provocadora: «¿Para qué ser buenos, si pueden ser tremendamente buenos?» Este enfoque retórico invita a considerar la importancia de elevar los estándares de comportamiento en la carretera. En lugar de conformarnos con ser simplemente buenos conductores, la llamada es a aspirar a niveles de responsabilidad y seguridad que vayan más allá de lo convencional. La seguridad vial no solo es un deber individual, sino también una contribución colectiva para garantizar un entorno vial más seguro y proteger la vida de quienes comparten las carreteras.