”El arte de poner nombre al agua”

Por José Rivas, geógrafo costarricense

“La geografía como ciencia es una rica amalgama de notoriedades. Nos sumerge en un constante devenir de variables, escenarios, contrastes y sobre todo paisajes. No nos vayamos a grandes escalas. No es preciso conocer el mundo entero para caer en la conclusión de que a Dios gracias contamos con una riqueza invaluable, que baila al compás del acelerado y voraz Ser Humano.

A menor escala, se disfruta mejor de la percepción geográfica, uno a uno con la naturaleza al nadar en un río, al ascender a un empinado cerro o simplemente al respirar del aire puro, que mana de una fresca mañana en la montaña. Si miras a lontananza, en tu paisaje vivencial encontrarás una riqueza infinita de colores, olores y sobre todo sensaciones, que nos conducen a explorar y analizar el espacio geográfico como un todo.

Díklä? –agua en idioma Cabécar–, ese líquido que recorre la Tierra, cual torrente sanguíneo en un gran ser; es el recurso vital que a su paso llena de vida, tanto áreas montañosas como áridas. Una precipitación, llenará de vigor a la planta sedienta, discurrirá con rapidez por los poros de la tierra para satisfacer la sed del roedor, mamífero, ave y pez. Dotara a las plantas de los nutrientes necesarios para crear los elementos indispensables para generar vida. Y la vida en sí, se nutre de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, en su forma más elemental.

Resulta increíble como desde un hecho tan “insignificante”, átomo a átomo, gota a gota, desde la evaporación, a la condensación y la precipitación, esa pequeña gotita de agua se verá envuelta en toda una odisea a lo desconocido, que la conducirá, aguas abajo, entre organismos vivientes, rocas y cursos fluviales a la inmensidad del océano. Bienvenidos al maravilloso ciclo hidrológico.

Si cierras los ojos e imaginas esa bella epopeya, el agua que recorre nuestro paisaje geográfico cual gotas de azogue, se unirán una a una para formar desde una naciente, a un remanso, a una quebrada, a un río, un lago, un océano… Será tomada para satisfacer nuestra sed, para irrigar extensos sembradíos y cultivos, para abrevar animales, para producción de alimentos, manufacturas y artículos de toda índole. El denominador común de esta descripción siempre será, que el agua seguirá corriendo sin detenerse, aguas abajo, por cauces y vertientes.

Esto es arte, porque en la historia del mundo conocido el agua, gota a gota, erosiona, discurre, socaba y orada tenazmente el suelo y la roca. Su fuerza, nos puede ser de mucha utilidad, al generar energía, al facilitarnos algunas tareas, pero también es fuente de desastres e incertidumbres, tanto de forma natural como por acción meramente antrópica. Ya lo dijo Jacques Cousteau, no olvidemos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo.

Y como si ese paisaje maravilloso, a veces etéreo; por curiosidad o por esa manía tan humana de estar poniéndole nombre a todo lo que observamos –como me decía un amigo–, nos resulta como un libro abierto. Cada una de sus crestas, de sus cauces y recovecos han de poseer un nombre.

Alrededor del mundo, según el área, región o lengua, que se utilice siempre habrá nombres geográficos. Su utilización en el habla cotidiana proporciona un sistema práctico de referencia geográfica y satisface la necesidad de clasificar y designar la gran variedad de accidentes topográficos del mundo que nos rodea. Los seres humanos aprendieron muy pronto a distinguir y agrupar accidentes similares de entre la infinita variedad del paisaje. Cada uno de esos grupos (o categorías) se identificaba con un nombre común (como río, colina, lago o campamento). Para indicar un accidente concreto, al nombre colectivo se añadía una palabra más específica, formando así lo que se denomina un nombre geográfico (ONU, 2007).

Lo anterior, aunque plausible no siempre es posible o real, al menos desde el punto de vista de la cartografía y de la oficialidad. El milenario arte de poner un nombre geográfico, reviste muchos ámbitos: la geografía, la geología, la biología, la historia, la antropología, la sociología, la lingüística, entre muchas otras ciencias.

Esa pequeña gota, que al inicio de estas líneas comenzó su discurrir en las altas montañas, junto a sus congéneres, dibuja toda una maraña de cursos fluviales, algunos nombrados, otros no. Muchos quizá ya hayan sido nombrados ancestralmente y se han perdido con el inexorable paso del tiempo.

Es evidente que no todo lo que ves ha de poseer un nombre, al menos desde la oficialidad. En el caso de nuestros cursos fluviales como quebradas, ríos, lagos, esteros, humedales, entre otros; en un amplio porcentaje sí lo posee y se puede constatar en la cartografía del Instituto Geográfico Nacional (IGN).

Es importante anotar, que es una costumbre que se ha ido arraigando el colocar nombres a cataratas, saltos y caídas de agua con fines comerciales y turísticos. No obstante, este hecho requiere de oficialización. Sucede en muchas oportunidades que ya la quebrada o río posee un nombre designado y es común el colocarle un nombre comercial o distintivo, como sucede con el río Moravia y las cataratas Ayil, el río Telire y la catarata Roja, el río Barucito y las cataratas Nauyaca, el río Potrero y las cataratas Llanos del Cortés o el río Buenavista y la catarata del río Celeste, entre muchas otras.

El poner nombres a los elementos del paisaje y en este caso el agua, es un arte de connotaciones personales y locales, de saberes propios y percepciones, de sabiduría de Pueblos Indígenas. El trabajo de geógrafos, cartógrafos, lingüistas, entre otros; plasma en el relieve y sus paisajes la singularidad del nombre. Hecho, que es tan dinámico como lo es el crecimiento de la población y el progreso humano y sus visiones y percepciones.

Fotografía : valle Lagos, comúnmente denominado valle de las Morrenas, por su formación geológica. De belleza única y singular paisaje, en dicha área nace el río Chirripó (Duchí), que recorre parte del PN Chirripó y los territorios indígenas cabécares Alto Chirripó (Duchí) y Bajo Chirripó. Une sus aguas al río Barbilla, para formar el río Matina. Al fondo se aprecia la fila Norte en el macizo de Chirripó Grande. Por: Museo Nacional de Costa Rica.