Migrantes nicaragüenses indocumentados dejan seres queridos en su tierra para buscar un mejor porvenir en Costa Rica. Para lograr su sueño, emprenden viajes de varios días, primero en bus luego a pie por montañas para evadir las autoridades de migración.
Son las 5:00 a.m. en la terminal de buses del mercado del Mayoreo en Managua, Nicaragua, la gente se arremolina en los andenes para viajar a algún destino de ese país, entre estos a San Carlos de Nicaragua a 293 kilómetros al sur de capital, muy cerca de la frontera costarricense.
A esta hora ya los vendedores ambulantes ofrecen a los pasajeros, quesillo, gaseosas, pupusas, galletas, tarjetas de recarga de teléfonos Claro y Movistar, manzanas, pan y queso.
La Terminal del Mayoreo no dista de otras terminales de Nicaragua, repletas de gente, sucias, con basura en el suelo. En el ambiente se perciben olores repugnantes.
Hombres y mujeres cargadas con niños, mochilas y sacos en mano, provenientes del norte del país, de lugares tan distantes como Nueva Segovia, o Somoto, frontera con Honduras.
Los pasajeros se abren paso entre los vendedores y entre el bullicio buscan abordar algún autobús, de un transporte público entrado en años, algunos de los años setentas u ochentas, marcas Thomas, Ford, Mercedes Benz, Pegasso, Isuzu o Dina con canasta en el techo para transportar mercadería o equipajes.
Los rostros de los que buscan un mejor porvenir en suelo tico ya lucen cansados, algunos como don Miguel, dice que viajó en autobús parte del día anterior y la noche, ahora le toca abordar el bus que lo llevará a San Carlos y de aquí a la frontera tica, en busca de un mejor porvenir en suelo tico.
El sueño de don Miguel como el de decenas de nicaragüenses indocumentados es atravesar la frontera tica por charrales y montañas con ayuda de coyotes. Vienen en busca de hacer realidad su sueño de llegar a Costa Rica y conseguir trabajo en plantaciones de piña o en la construcción para mandar dinero a sus familias.
El Nazareno, un autobús viejo Marca Thomas, con capacidad para 70 pasajeros hace la carrera de 9:15 a.m a San Carlos de Nicaragua, prevista para que llegue a las 3:20 p.m. a esa ciudad, a orillas del Lago de Nicaragua o Lago Cocibolca, de 8264 kilómetros cuadrados de extensión.
Rostros jóvenes curtidos por el sol del verano son los que abordan el colectivo. Se abren paso en la puerta del autobús para ingresar, luego de meter sus maletas en las llamadas perreras o en la canasta del bus.
Tras el “sueño tico”, bus repleto de gente
Muy pronto, el Nazareno está repleto de gente, incluidos los angostos pasadizos donde se acomodan dos filas de pasajeros.
Los viajeros esperan con ansias la salida del autobús, mientras miran con nostalgia la curtida ciudad que pronto deben dejar para enrumbarse a otra tierra desconocida, de la cual, han escuchado bonanzas económicas.
El sol de la mañana arrecia, seguido por un viento fresco que entra tenuemente por las ventanillas, mientras los vendedores ambulantes se abren paso por los pasadizos repletos de pasajeros.
Don Miguel echa la última mirada a la ciudad y el bus se pone en marcha lleno de gente y maletas acomodadas en la canastilla. El Nazareno no dura mucho en salir de la ciudad para enrumbarse al sur. El motor suena fuerte, ruge, pero se opaca con el bullicio de la gente que empieza a hablar de la cotidianidad, de sus sueños y esperanzas.
Pronto, el colectivo sale de las ruidosas calles de Managua, esquiva algún caballo con carreta que transita por las vía como cualquier vehículo, y de inmediato, toma la carretera principal, luego de pasar Ciudadela San Martín y bordear por un pequeño sector el Lago Xolotlán, ubicado en plena Managua.
Ahora el viento entra con más fuerza y mueve los cabellos de una niña morenita que viaja junto a su madre. Las miradas de los pasajeros se pierde entre las grandes sabanas verdes y el sol que ilumina las enormes extensiones de terreno. Atrás quedan esos paisajes con sus vacas, caballos y sus humildes casitas de concreto, cuyos cerdos famélicos vagan libres en los patios.
“Voy a Costa Rica”, se escucha decir a un pasajero quedamente, ya he estado allá. “Allá los buses no van así llenos y la gente y la los adultos mayores tienen campos preferenciales”, le dice una señora morena a otra que viaja a su lado.
Mientras avanza el Nazareno, se cruza por poblados como Tipitapa, Las Banderas, Presa Las Canoas, el Empalme de Boaco, entre otros lugares cercanos a la capital.
Jóvenes morenos con mochilas en los regazos y con los rostros cansados miran por las ventanillas pasar las humildes casas solariegas, en cuyos patios deambulan sueltas gallinas y chanchos, mientras niños corren juntos con los animales.
Por la pista, y por una vía plana, el autobús ruge y se abre pasa por el asfalto, para luego hacer una parada más allá para bajar o subir un pasajero. El trayecto de 293 kilómetros de Managua a San Carlos apenas empieza y los que no consiguieron asiento les espera siete hora de pie, porque muy pocas personas se bajan en el trayecto, más bien suben más.
En cada una de las paradas los vendedores ambulantes entran en acción con sus gaseosas, empanadas, quesillo, platos con trozos de pollo, repollo picado y arroz. Suben al autobús donde los pasajeros comen en medio de la incomodidad y el movimiento del Nazareno.
Tras el “Tras el “sueño tico”, en busca de una mejor vida
Familias enteras ingresan diariamete a suelo tico
El viaje en el Nazareno continúa bajo el bullicio de la gente, el cansancio y la incomodidad del transporte, mientras se pasa por poblados como Juigalpa, Acoyapa, Las Ánimas, San Miguelito y Los Chiles, entre otros.
Las sabanas verdes donde pastan el ganado quedan en la retina de los ojos de los pasajeros, como quedan los recuerdos de los seres queridos de don Miguel que mañana, o hoy, intentará cruzar la frontera tica, en busca un mejor porvenir.
Vienen atraídos por los rumores de buenos salarios en la actividad agrícola y construcción, aunque el trabajo en suelo tico sea duro y algunas veces mal remunerado o sin derechos laborales, como se dan casos. Vienen no por la bellezas de nuestro país, porque en su país sobran, sino por trabajo.
Estamos cerca de San Carlos, el cansancio se refleja más en las caras de los pasajeros del Nazareno, pero al mismo tiempo hay expectación por lo que les espera y porque la frontera está cerca.
El trayecto se acorta y luego pronto se divisan las primeras viviendas, comercios, vallas publicitarias de telefónicas y otros comercios que dicen “Bienvenidos a San Carlos”. Estamos ya en San Carlos, Departamento de Río San Juan, donde inicia el Lago Cocibolca y el Río San Juan
Esta es un ciudad pintoresca, como muchas de Nicaragua, con un muelle colorido y un grupito de lanchas pequeñas, la mayoría de pesca.
Se llega a una terminal de buses sin ningún tipo de infraestructura, aquí también saltan los vendedores ambulantes y los cambiadores de dinero que buscan hacer su agosto. Hay poco tiempo para esperar, ya que cobradores y conductores se acercan al Nazareno para anunciar la salida a otro destino.
!San Pancho, Tablillas,…, nos vamos!, grita un conductor.. Otro dice.!Rama, Rama…ya salimos…!, !Juigalpa..San Miguelito..Los Chiles..nos vamos…! los gritos y el bullicio de la pasajeros junto con los vendedores del lugar se torna como un mercado persa.
Don Miguel y otros indocumentados más se abren paso en busca de un transporte con dirección a San Pancho, cerca de Tablillas, la hora de intentar cruzar la frontera se acerca, está a media hora de ahí.
Una buseta destartalada con capacidad para 16 personas, esperan a los pasajeros para llevarlos a Tablillas, pero los indocumentados deben bajarse antes para tratar de cruzar la frontera por los naranjales, para no ser vistos por la policía de la frontera tica.
Don Miguel y otros pasajeros que venían en el Nazareno abordan una de estas busetas repletas a más no poder de maletas y pasajeros, es hora de partir.
Los rostros de los viajeros que venían en el Nazareno muestran su agotamiento, sueño y hambre, pero hay que seguir, el sueño de cruzar la frontera y poder conseguir trabajo está cerca.
La buseta toma rumbo al sur, pronto se deja la ciudad de San Carlos y se incursiona de nuevo por sabanas y potreros con animales y escasas viviendas. Hay expectación en los pasajeros porque la frontera está cerca, don Miguel mira por la ventanilla el paisaje y pronto aparece a la vista el enorme puente de Santa Fe, de 260 metros de largo y que atraviesa el Río San Juan, en la comunidad de San Pancho. Esta la obra emblemática del gobierno nicaragüense construida por ingenieros y trabajadores japoneses e inaugurada en mayo del año 2015.
Dicha obra fue la que permitió la comunicación terrestre entre Costa Rica y Nicaragua por el sector de Tablillas de Los Chiles, donde está el puesto aduanero.
La miradas se llenan de expectación al divisar esta majestuosa obra. Estamos a punto de llegar a una parada aledaña a los puestos fronterizos, tico y nica, donde se quedarán los indocumentados para tratar de cruzar la frontera.
Don Miguel está ansioso, sabe que está a punto de cumplir su sueño, atravesar la frontera tica. La buseta hace la parada aquí, donde diez de los 16 pasajeros que venían se bajan con sus maletas. A un lado de la carretera se divisan las plantaciones de naranja por donde incursionan los indocumentados con ayuda de “coyotes”, que los guiarán por trillos y caminos para cruzar la frontera.
A lo largo se puede ver el caminar pausado de los migrantes, como don Miguel. Su silueta se pierde en los naranjales, rumbo a cumplir su sueño. Hasta aquí llega el largo trayecto por suelo nica e inicia otra aventura, tal vez más difícil, cruzar la frontera por charrales, emprender el viaje en pos de su sueño tico sorteando los puestos de inspección.
Los que logran cruzar la frontera intentarán buscar trabajo por medio de familiares y amigos en Costa Rica. Algunos deberán sufrir explotación laboral, salarios bajos y largas jornada de trabajo, sobre todo, en actividades como la agricultura o la construcción.
La suerte de don Miguel y de muchos hermanos nicaragüenses empieza aquí, a pocos metros de la frontera tica, donde otro mundo empieza, luego de este extenuante viaje en el Nazareno.
La travesía por la frontera
El calor tropical arrecia mientras un grupo de migrantes se internan por entre los grandes sembrados de naranja de la empresa Tico Frut, con su planta procesador de naranjas en San Carlos, Costa Rica.
Un “coyote”, o traficante de persona ofrece cruzar la frontera a don Miguel por 1000 córdobas, dinero nicaragüense.
-Le aseguró pue que en una hora estará en lugar seguro de lado de Costa Rica, donde otra persona lo llevará al interior del país o donde usted se dirija – le dice el hombre de tez morena y dientes forrados en plata y que ofrecía su servicio para pasar a diez migrantes más deseosos de llegar tierras ticas.
Los rostros de los migrantes se veían cansados por el viaje, en su espaldas l cargaban las mochilas y sacos con su pertenencias. Las miradas de los hombres, mujeres y niños se pierden entre los sembrados de naranja y la maleza que cubre el suelo.
Don Miguel saca de su bolsa un billetes y se los da al hombre y le pregunta: -No hay peligró que no agarren por donde vamos-No le responde el hombre – Por este lugar nadie llega. Le asegura que en dos horas esteremos del lado tico donde otro hombre los trasladará a en un vehículo por un camina muy seguro, le replicó. –Por ahora pongámonos en marcha para llegar temprano- le dice el coyote.
Don Miguel recobró su pasó por entre una maleza tupida de espinos recién mojados por una lluvia pasajera que calló hacía muy poco tiempo. Pensó en su familia que dejó sola en Nueva Segovia, únicamente amparados por esposa Juana Alemán que ahora debía ejercer su labor de cabeza de hogar en la parcela.
-Caminen rápido le dijo el hombre que intentaba pasarlos al otro lado de la frontera por entre aquellos zarzales, cubiertos de árboles de naranja de una empresa cítrica costarricense.
Miles frutos verdes pendían de las ramas y el olor a naranjo se percibía desde lejos mientras avanzaba.
Los migrantes anduvieron una hora por una vereda, hasta llegar al lado y luego divisar uno de los mojones que dividían la frontera por un sector alto de malezas.
-Ya estamos de lado tico, les dijo el hombre de acento nica, -ahora los llevaré a un lugar donde otros hombres los podrán llevar al lugar que deseen –aquí les llaman piratas, porque transportan personas en sus vehículos sin permisos del gobierno- les dijo a los indocumentados, cuyos rostros se mostraban fatigados por el cansancio- Ya casi llegamos caminen por aquí y no hagan mucha ruido porque a veces por aquí pasan policías, le dijo y continuo el camino por una calle sola hasta llegar a un riachuelo de poca profundidad, cruzaron con el agua a las rodillas y luego salieron un predio donde dos vehículos esperaban.
-Hasta aquí llega el viaje, estos señores los llevarán donde quieran- les dijo el Coyote.
Cansado por el viaje don Miguel Alemán, se detiene un momento a descansar en una piedra, mientras un “coyote”, les pregunta que para dónde se dirigen -¿por cuánto me lleva a Pital?, le pregunta don miguel al hombre. ¿Cuántos van a Pital, pregunta el hombre?, cinco de los presentes levantan la mano.-Si van cinco los llevo por 10 mil colones cada uno en hora y media estamos allá. Nos vamos por un lugar seguro. No hay peligro con la policía, les dice de nuevo el hombre.
Sin mucho pensarlo los cinco migrantes les dice que los lleven. Están cansado y ahora sólo sueñan con llegar a su destino. Los cinco abordan una destartalada buseta Vannet modelo 1984 y de inmediato se pone en marcha por un camino lastrado. Conforme se adentran en la vía aparecen las primeras plantaciones de piña que se iluminan con el primer sol de la mañana. Tractores cargados con peones, se cruzan por la calle rumbo a los sembrados de piña.
Miguel recuerdo a su esposa Juana Rosales, y cinco hijos que dependían de el en Nueva Segovia. Respiró hondo y se acomodó en el asiento del vehículo e intentó cerrar los ojos ya que los primeros rayos del sol entraron por la ventanilla y lo cegó.
El vehículo continuó su camino para por una vereda empedrada y pronto sólo se escuchaba el rugido del motor. Pasaron caseríos perdidos en medio de plantaciones de piña con escuelitas recién remozadas, en cuyo patio ondeaba una bandera con los colores blanco, azul y rojo.
Pasaron los minutos y finalmente el vehículo se introdujo a una carretera nacional con dirección a Pital. El viento entró fuerte por la ventanilla y despertó don Miguel y a sus paisanos, que el cansancio los había dominado hasta dormirse.
Pasaron por grandes empacadoras de piña y naranja entre otros, a cuyos patios empezaban a llegar decenas de trabajadores para iniciar la labor del día.
-Ya estamos cerca de Pital, le dijo el conductor del vehículo a migrantes indocumentados que finalmente respiraron con más tranquilidad porque finalmente el peligro de ser detenidos en un retén policial disminuía.
Minutos más tarde se adentraron en la comunidad donde Miguel esperaba encontrarse con Francisco Pineda, un viejo amigo nicaragüense de Chontales que conoció en tiempos de la revolución de los años ochenta.
Francisco le había ofrecido ayudarlo para consiguiera trabajo en alguna plantación piñera de la zona, por ello se hospedaría en su casa por unos días a la espera de conseguir algún trabajo ocasional para instalarse en otro lugar.
Pronto la buseta arriba a Pital, de San Carlos Costa Rica y los hombres fueron dejados en un lugar apartado, donde don Miguel llamó a su amigo Francisco para que lo recogiera. Pronto un muchacho lo ubicó y lo llevó a su casa, en un lugar apartado del centro de población donde este vivía junto con cinco paisanos. Una casa vieja destartalada donde pendía ropa de unas cuerdas, platas sucios con residuos comida y cucarachas que buscan hacerse con lo restos que aún quedaban del desayuno o de la cena de anoche.
Miguel respiró aliviado por haber llegado a su destino, se acomodó en un viejo sillón y se sintió un poco aliviado del viaje.
-¿Cómo ha estado el viaje?, pregunto Cristóbal Pilarte, el joven que lo recibió.- Pue bastante cansado, respondió Miguel,-salí hace tres días de Nueva Segovia. Es cansado, pero aquí estamos para hacerle frente a la vida, dijo el hombre. No hay tanto trabajo por aquí, dicen que el precio de la piña en otros países está muy bajo, le dijo Pilarte, mientras le invitó tomarse un café con un pedazo de pan.
Francisco salió temprano, al campo y regresa a las 2:00 a.m, trabaja en un empacadora de yuca en Los Ángeles, dijo Crítobal y salió de la casa.
Agotado por cansancio Miguel se quedó dormido en el sillón a la espera de su viejo amigo
Se habían conocido en Jinotega, en tiempo de la Contra Revolución de los ochenta cuando la Alianza Revolucionaria Democrática (ARDE) del Frente Sur, intentaban derrocar al comandante Daniel Ortega, en el poder y del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Don Miguel y Francisco que para ese entonces tenía escasos 16 años, dejaron sus familias para alistarse con el Frente Sur y en la búsqueda de derrotar al FSLN.
Combatieron en la montañas de Jinoteca contra el ejército de FSLN, desde aquellos habían amasado una estrecha amistad que los unió por muchos años hasta cada uno decidió tomar otros rumbos, pero aún, mantenían relaciones por medio de contactos telefónicos.
Francisco, vivía en Chinandega donde logra hacer sus vidas junto a su esposa Rosalba Zambrana. La difícil situación económica de su país, obligó Francisco a migrar a Costa Rica en busca de trabajo. Tenía ya tres años de vivir en suelo tico y había trabajado en construcción, en las siembras de piña y más recientemente en un empacadora de raíces y tubérculos, donde se ganaba la vida, a veces arrancando yuca, ñampi, malanga y otras veces cargando camiones de este producto.
Al final del día, el cuerpo quedaba curtido por el barro y el sudor de aquellas extenuantes jornadas de trabajo, algunas veces con lluvia, otras con un sol incandescente.
Francisco a dura lograba hacer algo dinero para sobrevivir y poco le alcanzaba para mandar a su familia. La situación laboral, había desmejorado en los últimos años y en ocasiones era liquidado por la empresa ya que no había trabajo por la carencia de productos en los campos y pasaba periodos sin trabajo.
Aquel hombre había hechos su vida en estas tierras, a las cuales arribó una vez con la esperanza de un mejor porvenir para él y su familia, pero la suerte no había estado consigo. Hubo tiempo de bonanza laboral y de ingresos buenos, que le alcanzaban para mandar más dinero a su familia, pero la situación desmejoró.
Ahora, a dura penas obtenía dinero para pagar alquiler de la casa donde vivía él y cuatro personas que habían llegado recientemente al país por el área fronteriza de Boca Tapada también indocumentados
Miguel, recostado en el sillón de la sala había caído en un profundo sueño abatido por el cansancio del viaje, a la espera de su amigo, el excombatiente que tenía años de no ver y por ahora le tocaba reencontrarse en tierras extrañas. Juntos, cuidándose uno a uno sus espaldas, habían combatido en la pasada guerrilla y habían logrado sortear muchas balas del ejército, en ocasiones habían acabaron con la vida de sus compañeros guerrilleros.
La amistad los unió en aquel pasado conflicto bélico que terminó con el tratado de paz de los ochenta promovido en Esquipulas Guatemala por el exmandatario costarricense Oscar Arias.
Ahora, sólo quedaba los viejos recuerdos de aquellos años de guerrilla que les tocó vivir en las montañas de Jinotepe. En un enfrentamiento armado Francisco recibió un balazo en el hombre derecho y otro en brazo izquierdo, pero logró salvarse gracias a la ayuda de su amigo Miguel que le contuvo la hemorragia lo que permitió que su amigo nos desangrara mientras llegaba a un campamento.
Pasada la 2:00 p.m, la puerta se abrió de golpe y tras la luz de la puerta apareció un hombre bajito, de uno 55 años de piel morena, asado por sol, cuyas ropas y cuerpo estaba machadas de barro, producto de la dura jornada del día.
Miro adentró y su mirada se encontró con el cuerpo de Miguel que aun yacía dormido en el sillón de la sala. Trato de reconocer al hombre que durmió plácidamente y luego de unos intentos recordó las facciones de su viejo amigo, que también tenía una edad cercana a la suya.
¡Miguel!, ¡Miguel!, ¡Miguel!, le llamó varias veces, pero sin ningún resultado, Miguel estaba sumido en profundo sueño que nadie lo despertaba. Cayó un momento, para no interrumpirle el sueño y pensó en los tiempos de la guerra, cómo aquel viejo amigo que no vía después de 15 años, había aparecido de la nada en una casa y en un país que no era el suyo. Recordó como lo que luchó para salvarle la vida cuando fue herido en la emboscada y como le ayudó caminar durante cinco kilómetros por la selva, antes de conseguir ayuda y poder curar sus heridas.
Luego de mirarlo un rato volvió a llamar a Miguel, pero esta vez, su amigo logró abrir los ojos, mitad despierto, mitad dormido. Divisó una silueta entre la claridad y miro las facciones de una persona que lo llamaba por su nombre. Duro uno segundo en incorporarse y tratar de observar y bien quien lo llamaba, pero cayó en la cuenta que era su amigo Francisco. Más envejecido y curtido de barro de pies a cabeza.
¡Miguel soy yo Francisco!, le dijo. Miguel se incorporó y sin decir nada le dio la mano. ¡brother como has estado, tantos años !, le dijo Miguel, mientras se trataba de incorporar del sillón y alargó su mano para apretar la mano sucia de Francisco.
¿Cómo has estado brother?, preguntó Francisco, pues bien ¿y la familia que tal?, allá quedó toda a la espera que le mande dinero. Allá no se puede vivir. No hay trabajo. La fe es conseguir algún trabajo por aquí para volver allá y buscar hacer algos, dijo Miguel.
Como le dije por teléfono la otra vez, la situación aquí no es nada buena, yo a dura pena tengo trabajo, pero hay semanas que no sale nada, le dijo Francisco. Aquí a todo nos piden que estemos al día con la documentación para no estar ilegales, de lo contrario, no lo contratan, le repuso. Voy a recomendarlo con el patrón, por ahora, debe buscar aquí trabajo con otros paisanos, exclamó Francisco.
Bien entrada la noche los dos amigos terminaron en la cantina la Deportiva, un antro visitado por paisanos.
Miguel, le contó como su mujer, como su esposa Juana Rosales, le había sido infiel con Vicente Jarquín un viejo amigo de la familia y como él lo anduvo buscando por cielo tierra en territorio nicaragüense para matarlo, pero no lo encontró, y después de eso cruzó la frontera tica para luchar por una mejor vida y olvidar la infidelidad de su mujer.
-Ese desgraciado era muy amigo de la familia. Llegaba casi todos los días a casa y se ganó mi mujer. Le llevaba guajadas, yoltameles, vigorón y vaho para ganársela. Un día yo salí tarde del trabajo tarde. Ella se había quedado sola, mis hijos se habían ido para donde la abuela Marcelenda Rosales, y seguro se puso de acuerdo Vicente para llegar esa noche, ya que me iba atrasar en el trabajo.
-Yo andaba en Jalapa con el patrón dejando una ganado en una finca que él tiene allá, planeamos quedarnos en la finca, pero al patrón lo llamaron que tenía que presentarse el otro día donde le abogado para arreglar uno asuntos. Entonces nos vinimos ese mismo día. Llegue a las siete de la noche a la casa. Todo estaba en silencio, ingresó por la puerta de la cocina que estaba entre abierta, y escuche un ruido en mi cuarto. Supe que alguien estaba ahí. Al principio pensé que era algún ladrón que había entrado a la casa y me precipite despacio para tomarlo por sorpresa. Escuche el ruido de la cama y me acerqué, vi dos cuerpos se movían y de inmediato supe era Vicente. Encendí la luz y pude ver a mi mujer con Vicente que se revolcaban en la cama. Cuando me vieron quedaron como inmóviles. Vicente dio un saltó trato de coger su ropa y huir. Lo agarre del pescuezo y le dije: -¡Malparido!, ¡hijo de puta…! hoy se muere usted!, pero cuando le iba a dar un golpe se tiró por una ventana, yo corrí para detenerlo, pero se me perdió en la oscuridad de la noche.
Esa noche prometí vengarme de él y que buscaría donde fuera para matarlo. A Juana le dije que se fuera de la casa, que no la quería ver más en mi vida. La golpeé y ella trato de pedirme perdón, pero no lo logró. Yo anduve tres días de parranda y cuando volví a la casa fue para preparar el viaje para acá, expuso Miguel, mientras bebía la cuarta botella de Imperial.
Francisco le contó que de los tres años que llevaba en suelo tico. Se había enamorado de un paisana que conoció, pero aunque vivieron un temporada juntos, ella tuvo que regresar a Nicaragua por motivos familiares y desde hace más de año que no tenía noticias de ella, porque perdió contacto desde hacía varios meses.
Le había sido infiel a su esposa Rosalba Zambrana, que mantenía una buena relación y que ocasiones le enviaba dinero a cuando lograba obtener algunos colones de más.
Los dos amigos estuvieron largo rato conversando de viejos amigos de la guerrilla que habían dejado de ver luego del fin del conflicto bélico, así como de otros que habían muerto en la confrontación. Las horas pasaron entre trago y trabajo, bajo el bullicio de unos borrachillos y el sonido de unas canciones rancheras mexicanas.
En la Deportiva les dieron la Diez, las once y las 12 media noche y la una de la madrugada, decidieron volver a casa, un poco mareados por las bebidas alcohólicas
Francisco remendó a Miguel que en la mañana fuera empresa piñera cercana preguntar si había trabajo y le dio información de otras más algunos kilómetros de donde estaban.
Pronto llegaron a la casa y se echaron a dormir cansados por la juerga de esa noche.
Un nuevo día le esperaba a Miguel en su primera búsqueda de empleo como indocumentado por las calles de la estancia, hasta ahora para él, desconocida.
En la mañana, cuando ya su amigo había salido a trabajar, Miguel se incorporó se bañó y empezó a caminar rumbo a una empresa productora de piña al cual, Francisco le dijo que fuera a tocar puertas, ya que ahí, contrataban a menudo trabajadores indocumentados para hacer labores de campo en la platanciones piñeras.
Miguel camino por una calle poblada de humildes viviendas y luego, se dio vuelta por una vía empedrada que llevaba a las instalaciones de la compañía. Pronto ante sus ojos aparecieron las grandes plantaciones de piña que se extendían por varios kilómetros hasta perderse en el horizonte y producían un reflejo cegador con los rayos de sol que empezaban a dar por encima de los sembrados.
Pronto Miguel se dio cuenta que estaba había llegado a las puertas de un edificio, preguntó, a unos personas y les preguntó con quién podía hablar para solicitar trabajo. Las personas le dieron fuera a la oficina administrativa que estaba a pocos metros de ahí.
Lo recibió una mujer que le dijo que por ahora la empresa no estaba contratando gente porque el precio el extranjero estaba muy malo y se habían parado un poco las siembras.
Miguel dio una vuelta del lugar y se fue, ahora rumbo a otra empresa que estaba a dos kilómetros de ahí. Se enrumbó a pie hasta el lugar, donde su amigo le había indicado que estaba ubicada la empresa. Caminó por varios minutos, preguntó a unas personas la dirección exacta y del lugar y este dio algunas señas como llegar.
El sol ya pegaba fuerte. Ahora el sudor corría por las sienes del hombre. Se sintió agotado y con sed por caminar y la resaca de la noche.
Continuó caminando un poco extenuado por el sol y sólo para detuvo para pedir agua en una casa, donde una señora lo invitó a se servirá de un tubo que estaba en el patio. Miguel tomó agua y continuó el camino por sembrados de piña hasta que a lo lejos divisó algunas casas de la empresa. Esto lo hizo sentirse un poco aliviado del cansancio.
Por fin entro al estancia por donde se tractores cargados de piña iba y venían por hasta la planta donde depositaban la cargamentos de piña, que se apilaban en un deposito donde una banda transportadora los llevaba hasta grandes tanques de agua donde la fruta era lavada, para posteriormente proceso de empaque y etiquetado. Una labor ardua con estrictas normas de calidad para impedir el rechazo de la fruta en el extranjero. a
Miguel no pudo ni ingresar a las instalaciones, el guardia en la entrada lo paró en seco y le preguntó qué se le ofrecía. Le respondió que buscaba trabajo. El hombre de facciones ticas y un tosco le dijo sin muchas palabras, que no había trabajo.
Han sudando por la larga caminata y el cansancio Miguel dio media vuelta de lugar y se alejó, tal como había venido caminando. El sudor corría por toda su cara, pero continuó con paso firme por el mismo camino que llevó a la empacadora de piña.
Cansado por un recorrido de más de tres kilómetros en aquella mañana bajo el sol de la mañana, Miguel se sentó debajo de la sombra de un árbol para descansar, mientras su mente viajó por los campos de Nueva Segovia, su tierra, pensó en su Juana Rosale, su mujer, la cual le ha sido infiel en días antes, y que, aún guardaba el rencor del engaño.
Se miró subido en un caballo negro de su viejo patrón, mientras arriba un lote de ganado de 70 cabezas, rumbo al mercado para su venta. Estuvo cavilando en viejos recuerdos y por primera vez, sintió algo de nostalgia de su gente, de su familia y de su tierra.
Su sueño empezaba a convertirse en pesadilla y recién llegado a su destino. Ese día anduvo por varios sitios recomendados, pero nada encontró. Así estuvo una semana estuvo una semana se empleo. Posteriormente encontró algunos trabajos ocasionales en plantaciones de piña donde sintió el calor tropical y las dolorosas punzadas de las hojas de piña.
Se encontró con otros paisanos que le contaron de la cruda realidad de ser indocumentados. De la explotaciones en la plantaciones con trabajos miserables y sin seguro.
Supo que debía cuidarse de no ser detenido en algún retén o sorprendido por la policía, porque de inmediato sería reportado. El trabajo era ocasional y su posibilidad de enviar dinero a su familia, no se concretó.
Una repentina redada mientras se trasladaba en un autobús, terminó con el sueño de don Miguel, fue deportado a su país.