Oficiales del Servicio Nacional de Guardacostas, cuerpo policial del Ministerio de Seguridad Pública, toparon el día de ayer con una inusual situación en mar abierto.
A simple vista parecía un bulto más, un estañón de plástico de gran tamaño a merced de las corrientes marinas. Pero no era así.
Gracias a su experticia, los guardacostas comprendieron rápidamente que se trataba de un caso de especial cuidado y entonces maniobraron su lancha patrullera para, sin pensarlo dos veces, lanzarse a las frías aguas del Pacífico.
Esta situación se registró en el sector de Salsipuedes, en la Península de Osa, donde oficiales Guardacostas patrullaban a bordo de la SG-110-2.
Por las condiciones típicas del año, soplaba una fuerte brisa y el mar lucía picado, según trascendió.
Pese a ello, los agentes Minor Mendoza y Pablo Bravo se lanzaron al mar y, tras fuertes brazadas, se acercaron sigilosamente para determinar que se trataba, como sospechaban, de un angustiado animal que flotaba a duras penas, luchando por sobrevivir, agotado ya, tras seguramente durante horas en medio de un océano hostil y peligroso.
Lo que parecía ser un “simple bulto” resultó ser una tortuga de gran tamaño que arrastraba un estañón de plástico de color azul, atado con cuerda a su aleta derecha.
La angustia del reptil era más que evidente. De no haber topado con los Guardacostas, convertidos en sus salvadores, en su regalo de Navidad, definitivamente habría perecido.
Los oficiales lograron quitarle el pesado estañón y, tras corroborar que la tortuga podía seguir por sus propios medios, la dejaron marcharse.
El suertudo reptil se marchó lentamente y, poco a poco, su caparazón, que brillaba al sol, desapareció en las apacibles aguas de un Pacífico que abría sus brazos para recibir a su hijo rescatado.