Su habilidad, que parece sacada de una película de ciencia ficción, consiste en adherirse a la lengua de los peces y bebe su sangre hasta que el órgano se atrofia y se desintegra.
Entonces, se pone en su lugar. Por increíble que parezca, el pez emplea al inquilino como si fuera su propia lengua.
El invitado se siente en la gloria alimentándose de las mucosas del anfitrión sin robarle la comida que este ingiere ni hacerle daño.
Éste es el único caso conocido de un parásito que sustituye funcionalmente un órgano de su huésped. Por suerte, no ataca a los humanos.
Por Comunidad Biológica
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