Cada invierno, cuando las lluvias golpean con fuerza la montaña, un espectáculo natural despierta el asombro de los habitantes de la zona norte de Costa Rica. Se trata de las imponentes cataratas que emergen del Volcán Platanar —también conocido como Volcán Congo— en el corazón del Parque Nacional del Agua Juan Castro Blanco, a tan solo 8 kilómetros al sureste de Ciudad Quesada.
Las intensas precipitaciones que caen sobre el coloso montañoso revelan entre cuatro y cinco caídas de agua, enormes chorros que se deslizan con fuerza desde la cima del volcán. A la distancia, en medio del verdor exuberante de las montañas, se distinguen como líneas blancas dibujadas con pincel grueso, descendiendo en vertical por los acantilados. Este fenómeno, visible únicamente durante la temporada lluviosa, transforma el paisaje en una postal viva, efímera y majestuosa.
El Volcán Platanar, un estratovolcán inactivo y poco conocido, guarda en su cima un cráter destruido hacia el noroeste, según registros de la Red Sismológica Nacional de la Universidad de Costa Rica. En sus faldas y parte alta nacen ríos y quebradas que riegan las llanuras sancarleñas, y que son fuente de agua potable para miles de personas en comunidades cercanas al parque.
Durante años, este volcán dormido ha generado fascinación y cierto respeto entre los vecinos de la región. Algunos relatan haber escuchado retumbos o sentidos sismos en tiempos pasados, aunque los especialistas aseguran que no existen indicios de actividad volcánica residual. Sus flujos de lava prehistóricos se extendieron hasta las cercanías de la finca Pradera, y aún hoy se observan restos de un antiguo borde caldérico, vestigios de una historia geológica tan compleja como poco explorada.
Los nombres “Platanar” y “Congo” fueron dados en el siglo pasado, en alusión a la abundancia de plantas y monos en la zona. Sin embargo, en tiempos aún más remotos, este coloso pudo haber sido conocido como el cerro La Lagunilla, quizás por las condiciones pantanosas de su cumbre o por su cercanía con las lagunas El Congo y Pozo Verde, ubicadas en las faldas del vecino Volcán Porvenir.
Mientras tanto, cada temporada lluviosa, los sancarleños continúan maravillándose con este regalo de la naturaleza. Cuando las nubes se abren paso y la lluvia cesa, las cataratas del Platanar surcan la montaña como lenguas de agua blanca, recordándonos que aún en el silencio de los volcanes dormidos, la vida brota con fuerza desde sus entrañas.