Una año y medio de antes de su muerte el Padre Sancho, regresó a su querido San Carlos, para pasar aquí los últimos día de su vida. Hoy, cinco años después de su partido recordamos este repaso que nos hizo de su vida.
Cuando faltan cinco meses para que llegue a su cumpleaños número 100, Monseñor Eladio Sancho Cambronero, el “arquitecto social” y visionario más grande que ha tenido el cantón en su historia, nos atendió en su casa de habitación en el Barrio San Antonio de Ciudad Quesada, lugar donde vive desde marzo de este año.
Dice que regresó, para morir en la tierra más bella de todo el país. Vivía con su hermana Hortensia en San José, desde hacía más de 30 años.
Expresa que anhela morir para ver cara a cara a Dios porque su obra ha concluido, que todo lo que tuvo que hacer ya lo hizo, que no le quedó nada por hacer.
“Cuando muera quiero que la gente me recuerde como aquel que ha amado mucho San Carlos, yo me siento identificado con esta tierra”, expresa Sancho que nació en Palmares de Alajuela, pero que la mayor parte de su vida la ha pasado aquí.
“Ya no tengo nada, me siento libre y lo que tengo ya lo doné a la Iglesia, nunca recibí paga por lo que hice. Oro todos los días para santificarme aquí en la tierra”, expresa.
Aquí, sentado en una silla de ruedas, y acompañado de su sobrino nieto, Jesús Roberto Sancho, su lazarillo, sacó fuerzas de sus entrañas para contarnos sus grandes luchas para construir enormes empresas sociales, 20 obras grandes y otro tanto pequeñas, la mayoría en San Carlos, la tierra que lo acogió hace más de 60 años; aquí llegó en 1950, proveniente de Alajuela. Venía por dos meses para sustituir al padre Fernando Ramírez, que estaba muy enfermo, pero se quedó para siempre, como él dice.
Nos habló de todo: de su familia, de la muerte, de la vida, de sus grandes luchas, de sus sueños, de sus 24 turnos para construir la catedral, de largas andanzas a caballo y en “jeep” por todo San Carlos, de su testamento, de su mayor obra, la construcción de la Catedral de Ciudad Quesada, con el detalle de las medidas exactas. También habló de la singular forma de ser del sancarleño, de la educación pilar para el desarrollo y hasta de su nicho donde será sepultado y que dejó previsto en el sótano de la catedral.
Y es que el Padre Sancho, como también se le conocía , fue una muestra viva de los más nobles valores del ser sancarleño: el trabajo tesonero, la solidaridad y las cualidades visionarias que él mismo sembró en los cristianos con su prédica diaria; por eso aquí todo mundo lo quier, y algunos edificios ya llevan su nombre e incluso, se le construye una estatua en bronce de cuerpo entero que se ubicará a un costado de la catedral.
Monseñor nos paseó por toda su casa, por un espacio acondicionado como un altar para él oficiar religiosamente una misa diaria a las 4:00 p.m. en punto y para pasar aquí interminables horas en oración.
“Todo ya lo doné”
Nos llevó a su cuarto de habitación, nos mostró su cama prestada por el Hogar de Ancianos, también su vehículo, un automóvil, marca Chevrolet Blanco, modelo 1986, que trajo de los Estados Unidos, y el cual quiere vender para destinar el dinero a su última obra social: “El Fondo de los Pobres Padre Sancho”, el cual, creó con sus ahorros de toda la vida y que serán destinados para ayudar a las familias pobres del cantón cuando él muera.
Nos mostró un cáliz de plata que le regaló su padrino Julio Rodríguez, hace 75 años, cáliz, que en ese tiempo costó ¢500 y que piensa donar a la catedral cuando muera.
También dice que piensa donar el altar a Radio Santa Clara, otra de sus obras, y una lámpara de guindar que trajo de Alemania y que posee gran cantidad de perlas, ésta se la dejará al Colegio María Inmaculada de Ciudad Quesada, institución que creó hace más de 50 años.
Dice que ya no tiene nada, porque casi todo, ha dejado dicho a quien se lo regala “y lo que queda ahí que se lo repartan”, expresa con tono de desprendimiento.
Un poco cansado por el peso de los años, pero físicamente con buena salud, afinó su oído para responder cualquier pregunta necia, a él le encanta hablar de San Carlos, de su gente y de su belleza natural, y eso se le mira en sus facciones; sonríe, respira profundo, tose y afina su garganta para responder a veces lacónico, a veces extenso.
“Sancarleño hasta la muerte”, expresa sin preguntarle, mientras sonríe y muestra un aire de satisfacción. -Vine a pasar mis últimos días aquí, todo lo que tenía que hacer lo logré, no me queda nada más que morirme para ver al señor cara cara, quiero morirme, jamás creí que llegaría a vivir 100 años, pero aquí estoy muy satisfecho de todo”, dice con voz fuerte y segura.
Mientras nos lleva al San Carlos de hace más de 60 años, de unas cuantas familias, una ermita, lluvias constantes y caminos de tierra, nos regresa al presente. “En este pueblo todavía hay mucho espacio para crecer y va a crecer más.
Sólo en San Carlos se puede ver a los niños agarrados de la mano de los papás paseando por el parque, y en el hospital, sentados en los regazos de los padres o corriendo por los pasillos”, expresa.
La catedral, obra cumbre
“Mi mayor obra es la construcción de la catedral de Ciudad Quesada, hecha con el dinero recogido durante 24 turnos: durante 24 años. Anduve por todo San Carlos pidiendo. Una vez tuve que estar ocho días en el hospital de la andada a caballo”, dice esto mientras se frota sus dedos, en señal de que se cholló las nalgas de andar en el lomo de las bestias y por eso casi no podía ni caminar y tuvo que hospitalizarse.
No olvida el tamaño de la catedral: “tiene 47 metros de largo, por 24 de ancho, la torre mide 46 metros, pero seis son por el tamaño de la cruz, la fachada tiene una separación de dos pulgadas del templo por aquello de los temblores. ¿sabe cuánto costó la catedral? -costó ¢8 millones a finales de los setenta cuando se terminó, gracias a dos subastas de ganado donde se realizaron ¢600 mil”, contesta, mientras tose.
El diseño fue idea mía, está hecho sin pilares. Fue creado así para expresar a un “Cristo céntrico”, o sea, que todo gire en torno a Cristo. Cuando la empecé me trataron de loco y Monseñor Barquero me dijo que era peligroso hacer un templo de ese tamaño, porque al final la gente se podía aburrir de colaborar y la obra no se concluiría, pero yo nunca dudé de que lo iba a lograr”, expresa.
Don Jesús Roberto y su esposa Vera Vega, matrimonio con el cual vive Monseñor, cuentan que a veces, dormido, el padre emprende discusiones de hasta una hora donde habla del tamaño de la catedral y lo que quiere que se haga aquí y allá, discute con los constructores y se enfrasca en cavilaciones interminables sobre las torres hasta quedar exhausto de hablar. Igualmente habla dormido de otras de sus obras como el Colegio Agropecuario, subsidiado por el Estado de por vida, según ley, del Fondo para las Vocaciones, la Posada de Belén, ubicada en el Coyol de Alajuela y que atiende a más de 90 mujeres y niños, entre otras que detallamos en nota aparte.
Mientras conversa, un torrencial aguacero empieza a caer, entonces dice en tono jocoso: “ahorita sale el sol”. Me pregunta que si traje paraguas, porque los sancarleños siempre andan con paraguas, le respondo que se me olvidó traerlo, entonces me expresa su preocupación de que me vaya a mojar.
Le pregunto que si los sacerdotes de la Diócesis vienen a visitarlo y dice que “casi ninguno”, mientras sonríe. Luego dice que el padre Marcos Solís y Vianney Solís son los únicos que vienen más seguido.
Le pregunto si le teme a algo y dice: “nunca he tenido miedo de nada, porque todo lo he dejado en manos de Dios, tampoco nunca me he sentido triste ni solo”, ¡yo miedo a la muerte!, ¡jamás!, expresa, mientras insiste en que todos los ahorros que hizo gracias a su formación como economista y cooperativista en Canadá, se lo deja a los pobres.
Su última obra, fue el “Fondo de los Pobres Padre Sancho”, donde señala en su testamento que hizo público en el año 2010, que tenía ¢604 millones y un lote en Boca de Arenal; todo le queda a los pobres del cantón.
Le pido un mensaje a la familia y responde: “les digo que se mantengan firmes en la fe, que Dios no abandona a nadie y que estudien para que tengan más progreso y que se dejen guiar por la voluntad de Dios para que tengan paz”, expresa.
Monseñor dice que en la mañana se levanta cuando quiere, se baña, desayuna, ora en la capilla que tiene, a la doce almuerza, descansa y se levanta para rezar el rosario y luego oficiar la misa. Le gusta salir a tomar el sol. En la noche ve noticias en televisión, aunque dice que pasan mucha basura, también ve partidos de fútbol y a las 8:00 p.m, ya está durmiendo.
Luego de dos horas de una intensa conversación con el Padre Sancho, me despido de él, ya que amainó la lluvia, entonces con sus manos creadoras me da la bendición: “te doy la bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Digo “amén” y me retiro.