A finales del siglo XIX Monseñor Bernardo Augusto Thiel y Hoffmann, segundo obispo de San José, junto a una comitiva viajó a la Zona Norte, para reencontrarse los indígenas Guatusos, bastante desconocidos, para ese entonces, cuyo fin era evangelizarlos.
Tras varios días de búsqueda les fue imposible encontrarlos, solo encontraron sus palenques y utensilios usados por estos.
Esta información sobre el viaje de Thiel a Guatuso es parte de la “Transcripción de originales del Archivo Eclesiástico de la Curia Metropolitana”, realizado por Ana Isabel Herrera Sotillo, cuyas presentación y notas fueron escritas por Presbítero e historiador Miguel Picado G.
Este medio publicará una entrega de siete capítulos sobre los viajes del obispo a Guatuso, con el fin de evangelizar a la población.
Cabe recordar finales del siglo XIX los indígenas guatusos habían sido masacrados y vendidos como esclavos por los buscadores de hule provenientes de Nicaragua.
Cabe mencionar que la historia de los indígenas Maleku está escrita con sangre y lágrimas por el sometimiento cruel que sufrieron, después de la entrada de los huleros nicaragüenses a las llanuras del norte de nuestro país a finales del siglo XIX.
Se calcula que la población Maleku antes que llegaron los huleros era de 6 mil almas y al final sólo quedaron 250 indígenas.
Según narra Theil en sus escritos el miércoles 19 de abril dispuso irse con siete personas adelante, con el fin de buscar los primeros palenques y mandar en seguida un aviso a los demás, para que le siguieran; después de dos horas de camino llegamos hasta el punto en donde había llegado la expedición que había abierto la vereda.
“Su Señoría (Thiel) dispuso irse con el coronel Quesada y otro de la comitiva más adelante por el camino de la izquierda, a la media hora de caminar, se encontró un pescadero de los indios a orillas del Pataste y al otro lado varios ranchos grandes y con unos 20 fogones y huellas frescas de los indios; volvió Su Señoría a topar a los otros compañeros que habían explorado la vereda de la derecha, que según la opinión de los indios tucurriques, era la vereda que debía llevar a los palenques de habitación.
Al pasar por una quebradita encontraron las huellas de indios que acababan de pasar y subiendo una pequeña colina desmontada, vieron de muy cerca los primeros tres grandes palenques”
Fracasan los primeros intentos de comunicación
“Su señoría el obispo iba con un intérprete guatuso que seguía adelante, por si encontraban a los indios, para hablar con ellos caso de encontrarlos; todos observaron un silencio profundo y no oyendo ningún ruido en los palenques juzgamos que la gente se había retirado; efectivamente, los encontramos sin habitantes; el intérprete pronto nos explicó la ausencia de los indios, que no era otro que la falta de agua, habiéndose secado la pequeña quebrada que se encuentra al lado de los palenques, por esto los indios se había ido a establecerse sobre la orilla del Pataste.
Siendo las tres de la tarde resolvió Su Señoría no perder este día sin hacer otra expedición, se fue con algunas personas siguiendo el camino por el cual se habían retirado los indios, y un cuarto de hora después llegaron a orilla del Pataste y pasando al otro lado, encontraron inmensos platanares; hasta las 4.30 p.m anduvieron en los platanares y entonces tuvieron que retirarse a la casa para llegar antes de anochecer.
Llegaron como a las 6:00 p.m a los tres palenques grandes y encontraron a todos reunidos contentos por haber hallado después de tantos días de trabajo un lugar cómodo para dormir. Todos estaban admirados de la laboriosidad de los indios, que se nota especialmente en el modo de hacer el techo de los ranchos, hechos de hojas de cola de gallo, los tres palenques tenían una extensión de 20 varas en cuadro; se contaban como 20 fogones por lo cual el indio guatuso y el hulero deducían que igual número de familias debía vivir en estas casas; están rodeadas de grandes plantaciones de yuca, plátanos, maíz y caña de azúcar.
Narra Thiel que el jueves 20 de abril después de haber dicho la misa, salió su Señoría con algunas personas para seguir la exploración comenzada el día anterior, después de media hora de camino encontraron otros cuatro ranchos sobre la orilla del Pataste.
“Llegamos otra vez al río Pataste, encontrando un puente bastante traficado pasamos al otro lado y a poco rato hallamos el lugar de habitación de los indios; unos diez ranchos pequeños, hasta 30 fogones la mayor parte encendidos; gran acopio de plátanos maduros y verdes, y hamacas: al entrar en los ranchos se huyó el indio que los demás habían dejado de vigía”, detalla Thiel en sus narraciones.
“El sábado 22 del mismo mes Su Señoría acompañado del licenciado Fernández, del coronel Quesada y otras cuatro personas, se fue al caño La Muerte; pasaron por inmensos platanares, después de tres horas de camino llegaron a La Muerte, en donde en un platanar encontraron el almuerzo de los indios que estaban trabajando en él y a poco rato vieron dos indios enteramente desnudos, altos y robustos que cruzaban el río para tomar la otra ribera: señalaban con la mano hacia el lugar en que no encontrábamos.
Narra el obispo que al instante se echaron tres al agua para encontrarse con los indios, pero fue imposible alcanzarlos; seguimos nuestra marcha y hallamos otro lugar de habitación de verano, gran número de ranchos, acopio de plátanos verdes y maduros, chicha fresca en abundancia, 21 fogones encendidos, guacales llenos de hojas verdes de tabaco cocidas con chile en cada lado de una hamaca; quedaron algún tiempo en este lugar y en seguida siguieron las huellas de los indios.
De acuerdo con los escritos de Monseñor la expediciones de los últimos días nos probaron que era imposible acercarnos a los indios, ni siquiera hablar con uno de ellos, todos se entregaron a una profunda tristeza, desesperando del feliz suceso de la expedición que tantos sacrificios y gastos había causado; nos era imposible comprender el motivo de la constante fuga de los indios, que Su Señoría nunca había encontrado, ni entre los viceítas, ni los chirripóes, y nos resolvimos volver a San Carlos”, detalla el Monseñor.-
Recopilado en capítulos por el presbítero Miguel Picado G.
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