Reportaje de Infobae
Al momento de ser elegido Papa, Francisco sufrió una intensa campaña de desprestigio por su presunto papel durante la dictadura. Más tarde se demostró que no habiendo tenido militancia política en esos años había arriesgado su vida ayudando a huir de la muerte
Los debates no saldados de los años 70
Olga Ruiz, Investigadora de la Universidad de la Frontera de Temuco, al analizar lo ocurrido durante la dictadura en Chile dice: “los grandes relatos sobre nuestra historia reciente se han construido centrados en el heroísmo y la victimización, esquema binario que se afirma y consolida en la figura del traidor. Se trata en realidad de una triada (héroe-víctima-traidor) en las que el quebrado concentra -como un chivo expiatorio- las contradicciones, los fracasos y la derrota de la izquierda chilena”. “Es más sencillo atribuir la caída sostenida de militantes a unos cuantos traidores que analizar críticamente las políticas adoptadas por las dirigencias de las organizaciones revolucionarias.”
Este análisis de la investigadora chilena, vale también para la experiencia argentina. La mayoría de los textos sobre los setenta, escritos por sobrevivientes de las organizaciones armadas, responden a ese esquema binario de héroes-víctimas y traidores. Algunos de quienes escriben se auto-sitúan en el pedestal de héroes. Y desde ese púlpito reparten mieles y heces, de acuerdo a la conveniencia política del momento. Algunos que estuvieron muy cerca de los militares, pero ahora son amigos, se les tapará con pudor su pasado. Y quienes sean sus adversarios, pueden caer bajo la guillotina de la historia, ya sea real, tergiversada, o torpemente inventada.
Este fue el caso de Jorge Bergoglio, quien no tuvo militancia política en los 70. Pero, por la responsabilidad que le tocó desempeñar en su cargo de Superior de la Compañía de Jesús, lo rozó de cerca la tragedia. Y eso lo convierte en un sobreviviente, sometido al escrutinio de algunos fiscales de la historia, que exigen explicaciones y respuestas sobre que hizo y dejó de hacer.
Sin embargo el rol de Jorge Bergoglio, fue exactamente al revés, del que un periodista (que luego fue cambiando de opinión) le endilgó en sostenida campaña de difamación. En mi libro Salvados por Francisco, documenté veinticinco testimonios de personas a quienes Jorge Bergoglio, protegió, escondió y/o ayudó a salir del país.
El siguiente es el testimonio de Gonzalo Mosca un militante de la izquierda uruguaya, quien actualmente vive en Montevideo y goza de buena salud.
— “Pensé… ¿este curita sabrá el riesgo a que se esta exponiendo?”
“….me llevaste en tu auto a San Miguel, me pediste que tratara de ocultarme en el auto y que no mirara el camino que íbamos a hacer. El camino se me hizo eterno y en cada esquina presentía la presencia de militares y policías de civil. Pensé “este curita sabrá el riesgo a que se está exponiendo”(entonces no sabía que eras el provincial de los jesuitas).”
“En San Miguel me pediste que me sacara el anillo de casado y simulara que estaba haciendo un retiro espiritual como si fuera a entrar en la Compañía. Recuerdo que de noche me llamaste a la puerta y viniste a charlar conmigo, hablamos de la vida… Me llevaste unas novelas para que me distrajera y una radio portátil para que escuchara algo de música”
“Una mañana me llamaste a tu escritorio y estabas con mi hermano y nos redactaste el plan que íbamos a seguir. Volaríamos en un vuelo interno a Iguazú y de allí pasaríamos por la triple frontera a Brasil. Nos diste una cantidad de indicaciones y detalles de lo que debíamos hacer y evitar. Ese día nos llevaste al aeropuerto en tu auto y nos acompañaste hasta el último momento, ya entonces tenía claro que eras muy consciente de todo lo que te estabas jugando. El aeropuerto era de esos puntos clave controlados por los militares y policías de civil, estábamos todos muy nerviosos y tensos. Pasamos los controles y nada pasó. Allí nos despedimos y no te volví a ver.”
“Volamos a Iguazú y nos fuimos caminando hasta la frontera, sin tomar taxi ni ómnibus, como nos habías sugerido. Allí esperamos el último barco, que era el de los contrabandistas y donde los controles militares aflojaban un poco. Pasamos a Brasil y nos tomamos un ómnibus a Río de Janeiro. Donde viví unos meses en una comunidad de los jesuitas.
Allí me despedí de mi hermano Juan que me acompañó en todos estos difíciles momentos. Al tiempo, me refugié en las Naciones Unidas y volé a Alemania, donde me dieron asilo político, pero allí comienza otra historia”.
En Uruguay, Gonzalo Mosca formaba parte del Grupo de Acción Unificadora (GAU), un movimiento de izquierda que participó en 1971 en la fundación del Frente Amplio. No realizaron operaciones armadas, pero sí formaban parte de la llamada “tendencia combativa” a nivel de gremios.
El 16 de noviembre de 1977 fue detenido en Montevideo el jefe montonero Oscar De Gregorio. Entre sus pertenencias se encontró documentación vinculada al GAU. La conexión con De Gregorio, transformó a los militantes del GAU uruguayos, en “objetivo” de la represión argentina, que los consideró apoyo de la organizacion Montoneros.
En coordinación con la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el FUSNA ( unidad de Fusileros Navales de Uruguay) encabezó la represión sobre los integrantes del GAU que fueron detenidos en operativos simultáneos en Argentina y Uruguay. Decenas de ellos fueron torturados por la Armada y un grupo de 22 militantes fue secuestrado en Argentina.
A fines de 1977, Gonzalo Mosca, huyó a Buenos Aires buscando escapar de la represión, pero con muy mala suerte; pues los del GAU ya eran objetivo de la represión aquí también.
“Los militares argentinos vinieron a buscarme a casa de este amigo con la suerte de que habíamos salido. La portera nos advirtió que los militares nos matarían si nos encontraban”. Desesperado, llamé a mi hermano mayor que es jesuita, y quien decidió viajar a Buenos Aires para ayudarme. El contactó a Bergoglio, su antiguo profesor de teología. Y le presentó el caso. “Él le dijo: venite con tu hermano que vamos a ver de que forma lo puedo ayudar”.Esa misma noche el propio Bergoglio me trasladó al Colegio Máximo en San Miguel, a unos 30 kilómetros de Buenos Aires.
Gonzalo Mosca en una carta dirigida al Papa Francisco el 15 de abril del 2013 (parte del texto citado arriba) recordó su experiencia y le agradeció haberle salvado la vida. Pero además, hizo publica la carta, y dio entrevistas a varios medios de prensa, para desmentir con su propia voz, la campaña de difamación montada contra Francisco.
Sigue la carta: “En las entrevistas puse siempre el énfasis en la lucidez y el valor que tuviste no solo personal, sino también institucional, pues eras el provincial de los jesuitas, el correr esos riesgos por mí, que era un desconocido.”
“Me permití hacer esto no solo porque te lo debía a ti, sino porque era como mi aporte a la verdad, siempre tan relativa, de los momentos históricos que nos tocó vivir. Momentos históricos muy difíciles confusos, de radicalizaciones, con informaciones parciales y tendenciosas, donde todos cometimos muchos errores.”
“El día de tu asunción, pediste que rezáramos por ti. Yo le pido a Dios que en esta vida que comienzas ahora, tengas la misma lucidez, valentía y compromiso que tuviste hace 36 años en circunstancias tan difíciles.”
“Me quedé con ganas de darte un abrazo y darte las gracias.”
El relato de Gonzalo Mosca (a quien tuve la oportunidad de conocer) además de conmovedor me generó una suerte de enigma. Si no dijese que era Jorge Bergoglio, yo pensaría que quien estaba ayudando a Gonzalo era un cuadro militante de la época, que había recibido instrucción sobre como manejarse en la clandestinidad. Siempre pienso que para cualquier persona normal, afrontar la eventualidad de proteger y sacar del país a un prófugo, no es algo que cualquiera de nosotros esté en condiciones de resolver. Y Jorge Bergoglio, tampoco era un cura militante (que los hubo) con conocimientos y practicas de este tipo. Sin embargo se manejó con la misma pericia de un militante clandestino.
Las medidas de seguridad y el plan de fuga no eran las de una persona improvisada que ayuda a alguien por primera vez, pero además, seguía las normas que eran conocidas solo por los militantes muy comprometidos de la época. Comienza llevándolo “tabicado” (mirando para abajo para no reconocer adónde va). Realiza maniobras de contraseguimiento. Le da “el minuto”, la coartada para responder ante una pregunta policial. Lo esconde en el tercer piso de San Miguel, lugar donde estaban otros refugiados. Luego le detalla el plan de fuga, el extremo de sugerirle que al bajar del avión no tomen taxis porque los controlaba la policía, y que aborden la ultima barcaza donde iban los contrabandistas o “bagayeros” que era la menos custodiada. Finalmente, se expone totalmente acompañándolo a tomar el avión, cuando los aeropuertos eran un hervidero de policías y marcadores. Queda claro, que el entonces joven Jorge Bergoglio, no era un improvisado, tenía conocimiento, experiencia, valor y sangre fría para manejar este tipo de situaciones tan riesgosas.