En el viaje del obispo Bernardo Agusto Thiel, al territorio Maleku a finales del siglo pasado, los indígenas relataron todos martirios que sufrieron por parte de los buscadores de hule nicaragüenses, que ingresan al territorio en busca del látex del árbol.
Relata Thiel: que uno de los indios les contó los grandes trabajos que pasaban todos por los maltratamientos de los huleros, que a él, un hulero le había matado a su padre.
Narró que el indio que su padre estaba cortando un árbol de hule del platanar que le pertenecía, con el fin de hacer de la corteza un vestido, cuando uno de los huleros se acercó secretamente y le partió de un machetazo la cabeza.
También contó que todos se veían obligados a huir al monte al acercarse los huleros, dejando sus casas y sus provisiones y viviendo de raíces, de palmitos y pacayas.
Asimismo narro que los huleros les habían robado muchísimos niños, que además muchos niños habían muerto en la montaña huyendo de los huleros y habían sido devorados los unos por los tigres, y otros habían muerto mordidos de culebras; que además muchos hombres y mujeres ya grandes, habían muerto a consecuencia de las enfermedades que habían contraído cuando estaban obligados a vivir en el monte durante los meses de lluvia, sin ranchos y sin comida.
Esta información sobre el viaje de Thiel a Guatuso es parte de la “Transcripción de originales del Archivo Eclesiástico de la Curia Metropolitana”, realizado por Ana Isabel Herrera Sotillo, cuyas presentación y notas fueron escritas por Presbítero e historiador Miguel Picado G.
Esta es la tercera publicación de siete capítulos sobre los viajes del obispo a Guatuso, con el fin de evangelizar a la población.
A finales del siglo XIX los indígenas guatusos habían sido masacrados y vendidos como esclavos por los buscadores de hule provenientes de Nicaragua.
Cabe mencionar que la historia de los indígenas Maleku está escrita con sangre y lágrimas por el sometimiento cruel que sufrieron, después de la entrada de los huleros nicaragüenses a las llanuras del norte de nuestro país a finales del siglo XIX.
Narra Thiel en sus escritos que el domingo 23 de abril, Su Señoría y demás compañeros muy de mañana se fueron al campamento. En el camino encontraron a la otra expedición que se había dirigido al lugar en donde Su Señoría el viernes había oído los cantos y la música de los indios.
Alegría al ver los Malekus
“Grande era la alegría de todos al ver a los primeros guatusos. Ya había esperanza de entrar por medio de ellos en contacto con los demás indios. El uno de los dos indios es padre de tres hijos; una partida de huleros les había tomado en la boca del Pataste con el fin de venderlos en el Fuerte de San Carlos, pero al oír que el Obispo de Costa Rica estaba cerca, se lo entregaron voluntariamente. Al otro lo encontró la expedición que Su Señoría había enviado al palenque en donde los indios habían celebrado su fiesta», contó el obispo
“El lunes 24 de abril resolvimos hacer una salida para encontrar a los demás indios, sirviéndonos de guía los dos que habíamos tomado. Se negaron los indios a llevarnos a sus casas alegando que sus paisanos los matarían infaliblemente a palos; que nosotros éramos muchísimos y que al ver tanta gente se asustarían sus compatriotas.. Los indios nos llevaron todo el día por caminos poco traficados evitando siempre aquellos que conducen a los ranchos, nos engañaron completamente y a las cino de la tarde, cuando algunos de los nuestros reconocieron una cruz que Su Señoría había plantado en días anteriores, y nos encontramos en un lugar distante tres horas del campamento, todos estaban muy irritados contra los indios; nos resolvimos a volver al campamento caminando durante la noche en la montaña”.
“Encontramos en estos palenques todas las diferentes armas de los indios, sus plumajes, los remedios que toman, acopio de tizate que comen en terrones por falta de sal, sus remedios envueltos en hojas, los instrumentos para laborar la tierra, macanas y machetes de madera para cortar los plátanos, tabacos secos, los cuales por curiosidad fumamos; algunos machetes de hierro quebrados, que los indios probablemente habían robado a los huleros y para que estos sirvieran para dos, los habían partido, hachas de piedra; es increíble todo lo que trabajan estos infelices.
…Llegando al palenque en donde en la mañana habíamos encontrado las dos sepulturas, mandó Su Señoría abrir una de ellas, con el fin de conocer el modo como entierran sus muertos; pero el entierro no tenía todavía mucho tiempo, no era posible examinar la sepultura del todo. Siempre vimos que en el fondo del hoyo, que cavan para la sepultura, ponen palos, sobre estos extienden hojas y sobre las cuales colocan el cadáver envuelto en hojas y en mastate; en seguida ponen una cama de palos sobre las cuales ponen hojas y en seguida llenan el hueco de tierra, evitando de este modo que el cadáver esté en comunicación directa con la tierra y formando una especie de ataúd», contó Thiel.
Una triste realidad histórica acaecida a nuestros verdaderos hermanos ticos de raíz natural. A veces les vemos por las calles de nuestra ciudad capital y lo menos que hacemos es parar para saludarles, muchos les ven como cosa rara, al contrario, debemos de parar y saludarles y ojalá poderles ayudar, si es que el gobierno aún no lo ha hecho. No estoy diciendo que el gobierno sea el paternalista de ellos, pero si el de buscar la manera de retribuirles lo que se les ha robado.
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