En el viaje que hizo Monseñor Bernardo Agusto Thiel, segundo obispo de San José, a territorio Maleku en Guatuso a finales del siglo XIX, con el fin de evangelizar a los indígenas Maleku, el jerarca hizo una visita al llamado Fuerte de Nicaragua, para lo cual, se embarcó en bote por el Río Frío hasta llegar al fuerte.
Aquí monseñor pudo ver la gran cantidad de niños que habían sido vendidos como esclavos por los buscadores de hule que habían incursionado a territorio Maleku en nuestro país, con el fin de extraer el látex del árbol de hule para exportarlos a los Estados Unidos.
Relata Thiel: “Su Señoría vio entre la gente a muchos que tenían el tipo de los indios guatusos, les dirigió algunas palabra en su lengua cosa que recibieron con entusiasmo, y a poco rato se vio rodeado de guatusos, a mayor parte niñas y niñas de 6 a 14 años. Les preguntó que cuántos de ellos había en el Fuerte de San Carlos y le dijeron que como 50 a 60; entonces Su Señoría preguntó al dueño de la casa que estaba sentado a su lado, al cura y a varios caballeros si era cierto que había tantos indios guatusos y le contestaron que sí y que tal vez había más de sesenta en el Fuerte de San Carlos. Una señora que seguía la conversación dijo: “¡Oh señor Obispo, son muchisísimos!”.
Esta información sobre el viaje de Thiel a Guatuso es parte de la “Transcripción de originales del Archivo Eclesiástico de la Curia Metropolitana”, realizado por Ana Isabel Herrera Sotillo, cuyas presentación y notas fueron escritas por Presbítero e historiador Miguel Picado G.
Esta es la cuarta publicación de siete capítulos sobre los viajes del obispo a Guatuso, con el fin de evangelizar a la población.
A finales del siglo XIX los indígenas guatusos habían sido masacrados y vendidos como esclavos por los buscadores de hule provenientes de Nicaragua.
Cabe mencionar que la historia de los indígenas Maleku está escrita con sangre y lágrimas por el sometimiento cruel que sufrieron, después de la entrada de los huleros nicaragüenses a las llanuras del norte de nuestro país a finales del siglo XIX.
De acuerdo con los relatos: “Un pequeño indito como de 4 años de edad, no quiso despegarse del señor Obispo; a una muchacha de unos 15 años que decía era hermana del chiquito, le preguntó el señor Obispo cómo habían llegado a San Carlos, entonces le refirió su historia “que un día la gente, los hombres habían ido a trabajar en un platanar quedando las mujeres y los niños en el palenque, cuando de repente vinieron los huleros. Contó que ella no quiso huir con los demás por amor a su hermanito, que entonces tenía apenas unos cuatro meses y que así la habían capturado con su hermanito, y la habían vendido en San Carlos”.
Thiel preguntó a varios indios cómo los habían tomado, y todos refirieron la historia de sus sufrimientos.
Nicaragüenses querían apresar a Thiel
En este viaje de Monseñor al Fuerte de San Carlos, los policías Nicaragüenses, temían que el obispo y su comitiva fuera un grupo de soldados ticos disfrazados de religiosos, cuyo fin era atacarlos, fue por eso, fueron registrados y llevados a una delegación, habían decidido llevarlos presos a Granada Nicaragua. Fue gracia a intersección un comerciante que Thiel y su comitiva fueron liberados con el compromiso de volver a su país.
“…preguntamos a varios vecinos de San Carlos que estaban presentes qué sospechas había respecto de nosotros y nos contestaron: que desde la noche anterior el pueblo había estado muy alarmado, temiéndose un ataque del lado de Costa Rica; que había corrido la voz que el Obispo que iba, no era más que un general disfrazado, y el sacerdote, un capitán; que se había dado de alta a toda la gente capaz de llevar las armas; no poca risa nos causó esta respuesta, recordando varios episodios muy conocidos de Don Quijote de la Mancha, realmente nos parecía que aquí otro Cervantes habría encontrado nuevos tipos originales para otra obra por el estilo de la de Don Quijote.
Al fin resolvimos que el señor licenciado Fernández fuese otra vez a donde el comandante a ver si de algún modo había de enderezar este entuerto, a poco rato volvió con la respuesta que el señor comandante tenía órdenes expresas del señor Presidente de la República de Nicaragua, y según éstas debíamos marchar sin dilación para el interior.
“… Les dijimos no hemos venido para pedirle favores, sino para protestar contra la tropelía que usted comete contra ciudadanos de una república vecina y además contra el Obispo de la Iglesia Católica de Costa Rica, usted comete un acto que deshonra sobremanera a Nicaragua, y tendré cuidado de ponerlo en conocimiento de todo el mundo civilizado.
Usted, señor comandante, pudo registrar nuestro equipaje para ver si llevábamos algo de peligroso para la tranquilidad de Nicaragua, pero no tiene el derecho de tomarnos presos y mandarnos al interior de la República; siento profundamente este acto que tiene mucho de arbitrariedad y raya en barbarismo; lo siento por las cenizas de uno de mis antecesores, el inolvidable Obispo de Nicaragua y Costa Rica don Lorenzo Esteban de Tristán, que hace cien años, saliendo de este lugar, hizo su expedición en el territorio de los guatusos, sufriendo mil trabajos de parte de estos indígenas y yo, su sucesor, me veo atropellado por aquellos que debían seguir sus virtudes. Con que, señor comandante, adiós, le dio la mano y salió de la oficina”.
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