Monseñor entregó a Territorio Maleku 3 indígenas esclavizados en Nicaragua (1882)

De acuerdo a los escritos de Monseñor Bernardo Agusto Thiel, en su segundo viaje a territorio Maleku en Guatuso, él entregó  a las familia tres  indígenas que liberó de la esclavitud que vivía en Nicaragua, luego de haber sido vendidos en ese país por los comerciantes huleros .

Esta es la séptima y última publicación  de siete capítulos sobre los viajes del obispo  a Guatuso, con el fin de evangelizar a la población.

A   finales del siglo XIX los indígenas guatusos  habían sido masacrados y vendidos como esclavos por los buscadores de hule provenientes de Nicaragua.

Cabe mencionar  que la  historia de los indígenas Maleku está escrita con sangre y lágrimas por el sometimiento cruel que sufrieron, después de la entrada de los huleros nicaragüenses a las llanuras del norte de nuestro país a finales del siglo XIX.

Narrá el obispo: “El viernes 9 de junio me fui a la aldea de San Carlos para emprender una nueva entrada en el territorio de los guatusos. Llegué el sábado a las 10 de la mañana al río Peje, en donde encontré a mis indios guatusos, a quienes había despachado de San José unos 8 días antes.

Muy contentos quedaron los indios al verme, porque ya debía ser el regreso a Upala (que significa casa –sic-). El domingo salí del río Peje con 8 compañeros, 2 indios guatusos y la india del Fuerte de San Carlos; en 3 días, el martes 13 de junio llegué a La Esperanza, a la orilla del Pataste.

El camino ofreció algunas dificultades, que se vencieron rápidamente, gracias a la energía y valor de los que me acompañaron. Los indios se pusieron cada día más contentos, viendo ya que era verdad lo que les había ofrecido. El miércoles 14 de junio me fui con 2 compañeros, la india con su hijito y el intérprete, a los caseríos de los indios.

Dejé a los demás compañeros en La Esperanza y también al indio Rafael, que se halló algo enfermo del camino. Llegamos al palo de la cruz, mencionado en la relación de mi primera entrada. Allí se vistió la india de su traje nacional, lo mismo que el indio intérprete. Llegué con mis compañeros, la india por guía, por unos breñales y malezas casi impenetrables, al río Pataste.

El río estaba muy crecido. Los compañeros me querían pasar, pero no obstante me caí al agua, mojando toda mi ropa. A otro lado del río encontramos el camino más cerrado todavía; con mil trabajos llegué, después de una marcha de 2 horas a 4 palenques regulares, abandonados. Eran la habitación de nuestra india ¡Upala! -dijo la pobre, llena de alegría-, pero gente [se] fue”.

Llegados a los ranchos escondidos, dejé a la india y al intérprete irse adelante para avisar a la gente. Los indios de los ranchos huyeron al ver a sus paisanos. Pero a los gritos y explicaciones de la india, se paró un indio viejo. La india le comunicó en un instante de qué se trataba y quiénes éramos. Los compañeros se habían quedado atrás, y sólo me fui a saludar al indio llamándole tzaca (hermano) y abrazándole.

Tzaca, contestó el indio, temblando en todo el cuerpo y me cogió la mano derecha en que llevaba el machete para cortar los bejucos del camino. Le di el machete. La alegría del indio era muy grande; al llegar los otros, ya había perdido el miedo; nos dio plátanos y una bebida de cacao, y en seguida se fue a llamar a los demás y al marido de la india.

 «Entregué el marido de la india«

Entregué al marido de la india, su esposa e hijo. El pobre hombre quedó suspenso y muy impresionado. No podía creer que fuera posible que unos hombres vinieran a devolverle su esposa. Tomó en los brazos a su chiquito, lo miró, lo acarició y se quedó mudo. La india les habló del modo como la había rescatado de los huleros y llevado otra vez a su país. La alegría de los indios creció por momentos, palmotearon, gritaron, cantaron y bailaron.

Lo que más les alegró, era saber que nosotros éramos hermanos y paisanos de ellos, que habíamos venido a llevarles machetes, hachas y demás instrumentos de agricultura.

El martes 13 de junio nos acompañaron 14 indios a La Esperanza, con el fin de recibir sus machetes. (Letra de Francisco Vargas). Les manifesté el gran deseo que tenía de ver a un anciano de barbas blancas que, según los informes que la india me había dado, vivía entre ellos, y ofrecieron llevarme al palenque de él; antes de irnos les enseñamos los caballos y mulas, cosa que les causó grandísima novedad; cuando vieron que los compañeros los trataban y se montaban, si no hubiera sido por las explicaciones del intérprete, todos los indios hubieran tomado la fuga; siempre quedaron los indios profundamente asustados.

Cuando los indios habían recobrado su ánimo, me fui en compañía de ellos al palenque del anciano; y llegados otra vez al palo de la cruz, de allí tomamos el camino que lleva a los ranchos quemados; y después de haber caminado una hora, se fueron los guías por la derecha, y otra vez hubo que pasar por entre charcos, breñas y bejucales espesos e interminables.

 Pasé dos lomas, y entonces el guía me hizo la señal para que me detuviera, porque él quería hablar con la gente. Después de un cuarto de hora, nos gritaron para que nos acercáramos. El dueño del palenque mandó dos de su gente para recibirnos y llevarnos la carga; y él nos recibió a la entrada del palenque, ofreciéndonos a cada uno un plátano maduro. Los indios del palenque eran como unos 14 y se mostraron menos tímidos que los primeros, pero siempre con temor. 

Elementos de la religión de los guatusos y de sus costumbres

A los informes de sus paisanos, y viendo el cordial trato que les dimos, perdieron poco a poco el miedo, que cambió en una alegría tan estrepitosa como anoche; hubo que tener en ese día mucha paciencia, porque después de cada canción o baile, nos ofrecieron su chicha dulce. En la noche se retiró una parte de la gente que en el día anterior habíamos hallado.

Encontramos en el rancho una casita hecha de mastate y adentro una cama y un fogoncito, y me dijo que era la casa de su mujer, y que allí mismo había dado a luz, y que a nuestra llegada, se había retirado al monte. Le dije al indio que la llamara sin miedo. Vino la india y la primera cosa que nos pidió fue un hacha y un machete para cortar la leña, porque entre ellos esto es un oficio de las mujeres; le di algunas gargantillas y cintas con lo que, contenta se retiró para su casita de mastate.

A las 8 de la mañana me fui con los indios para el palenque del anciano; llegué como a las 11, pasando mil trabajos, por caminos casi imposibles, a 3 grandes palenques abandonados que están muy cerca del campamento que ocupamos en el primer viaje; ya no pude andar, y por esto resolví quedarme en estos palenques con mis compañeros; despaché correos a los indios vecinos para que me vinieran a visitar en este lugar: como a las 2 o 3 horas se habían reunido más de 50 indios, y en la mañana siguiente vino también el anciano de barbas blancas; el contento y alegría de los indios eran indescriptibles.

Los compañeros, unos se ocuparon en enseñar a los indios a limpiar bien sus platanares, a sembrar el maíz, el arroz, los frisoles, las papas; y todo lo notaban los indios con bastante curiosidad, como también hicieron gran aprecio de los granos que les regalé.

 Al anciano le di una de las hachas que llevaba, y a los otros les obsequié algunos de los machetes que aún me quedaban. Gran novedad les causó el paraguas, la brújula, el reloj y antes que todo, las armas de fuego. Se hizo un tiro a un árbol, disparado por el indio intérprete, y pasó al otro lado la bala; al disparo se asustaron un tanto y quisieron huir; yo les dije que eran curíjuris (mujeres), y entonces se pararon, fueron a ver el hueco que la bala había hecho; siéndoles incomprensible cómo había pasado ésta al través del palo.

El lunes me despedí de los indios, de los cuales 7 me acompañaron. En dos días llegué a San Carlos, di a los indios hachas, machetes, ropa, palas y otros objetos, y los despaché a sus palenques; 2 no querían volver sin haber conocido San José. No dudo que en poco tiempo vendrán muchos indios guatusos a San Carlos para llevar instrumentos de agricultura. Así terminé esta segunda expedición con un éxito casi completo. Los guatusos, que tanto tiempo han sido un mito para nosotros, ya han comenzado a entrar en relaciones con nosotros, y es probable que dentro de poco tiempo  habrá un pueblo de bastante consideración»

Foto principal de Territorio indígena Maleku Rancho Tijijifuru.

Ver Parte1: https://elnortehoycr.com/2020/01/04/tras-el-genocidio-maleku-los-huleros-vendian-en-nicaragua-los-indigenas-en-40-o-50-pesos-3/

Ver parte2: https://elnortehoycr.com/2020/01/09/busqueda-infructuosa-de-indigenas-malekus-en-territorio-guatuso-para-evangelizarlos/

Ver parte3 :https://elnortehoycr.com/2020/01/11/uno-de-los-huleros-le-partio-la-cabeza-a-un-indigena-de-un-machetazo/

Ver parte4:https://elnortehoycr.com/2020/01/14/en-san-carlos-nicaragua-habia-decenas-de-ninos-malekus-vendidos-por-los-huleros/

Ver parte5:https://elnortehoycr.com/2020/01/17/en-granada-y-otras-ciudades-de-nicaragua-habian-unos-250-indigenas-maleku/

Ver parte 6:https://elnortehoycr.com/2020/01/21/tres-indigenas-guatusos-fueron-rescatados-por-monsenor-thiel-y-llevados-a-san-jose/